La humanidad del arte


--> "Nunca conozcas a tus ídolos" es una sugerencia que intenta advertirnos del riesgo que corremos al conocer a alguien cuya obra hemos admirado por cierto tiempo. La amenaza yace en la probable -e irreparable- decepción que podemos llegar a sentir al conocer a uno de nuestros ídolos.
Aunque es cierto que también es posible que dicho encuentro constituya una experiencia inolvidable, una que haga que tu admiración por dicha persona pueda verse aún más fortalecida, el mayor peligro que ese consejo intenta sugerirnos consiste en que, luego de haber conocido a uno de nuestros artistas favoritos, la experiencia de aproximarnos a su arte se verá afectada para siempre -para bien o para mal.

Ahora bien, ¿por qué los artistas se convierten en figuras idolatradas? Supongo que es porque a veces nos llegamos a identificar tanto con la obra de alguien, o dicha obra nos llega con tanta profundidad que tendemos a mitificar a la persona que la crea. El artista deja de ser entonces un simple ser humano como el resto de nosotros y pasa a convertirse en mito, en leyenda y para muchos hasta en Dios.

Al proporcionarle esta cualidad etérea se cae en lo que los expertos en ciencias sociales denominan como "fanatismo". Y en ese estado, donde la sensatez se ve desterrada por una estupidez que muchos encuentran plácida, a ese artista sólo se le celebran sus talentos optando a la vez por ignorar todo eso que cualquier ser humano inequívocamente ostenta: defectos.

Nadie es perfecto, pero en ese plano irracional de la idolatría tendemos a considerar a algunos artistas como tal. Lo que muchas veces se pierde de vista es que, en realidad, un artista no es más que un ser humano como cualquier otro: un individuo con una determinada personalidad, con ideologías políticas, prácticas religiosas y hasta inclinaciones sexuales que pueden ser muy distintas a las de la persona que los admira.

A eso habría que añadirle el perfil, seguramente irreal, que el fanático construye de ese artista que exalta. Muchas veces motivados por la misma obra de ese artista e inspirados por esa cercanía que sentimos hacia él, tendemos a crear un personaje a nuestra imagen y semejanza: uno que en efecto puede ser muy diferente a lo que esa persona es en realidad. De manera que desde la admiración no sólo ignoramos las marcadas diferencias entre nosotros y nuestros ídolos, sino que además armamos un retrato distorsionado de su figura.

En ese contraste que se establece entre la idealización de esa persona y el posterior reconocimiento de su verdadera personalidad es donde radica el problema; es en esa coyuntura donde surgen las decepciones.

En ocasiones anteriores ya hemos discutido en este espacio sobre lo difícil que resulta en estos tiempos separar en un artista la faceta personal de la artística, pero creo que en algunos casos resulta necesario hacerlo. No por el bien de ellos ni por el de nosotros, sino por lo que esa obra de arte representa en nuestras vidas.

La dificultad está en lo casi imposible que resultar aislar al creador de su criatura. ¿Cómo no sentir que a veces al aplaudir o celebrar una obra se está también aplaudiendo a su autor? ¿Cómo no sentirnos defraudado por algún artista luego de descubrir algún lado oscuro de su vida? ¿Cómo no decepcionarnos al saber que un artista al que hemos apoyado (y hasta querido) comete un crimen, delito o alguna acción que rechazamos y repudiamos?

Una serie de recientes eventos resaltan esa frágil separación entre la vida de un artista y su obra. Hace algunas semanas se supo que cantantes como Beyoncé, Usher, Nelly Furtado, Mariah Carey y 50 Cent habían prestado su talento para fiestas financiadas por el dictador Mummar Qaddafi. El diseñador de modas John Galliano fue expulsado de la casa de modas Dior tras haberle soltado epítetos antisemitas a una persona durante una pelea en un club. Celebridades como Charlie Sheen, Mel Gibson y más notoriamente Chris Brown han sido acusados de golpear gravemente a sus parejas. Renombradas figuras como el cantante de R&B R. Kelly, la leyenda del pop Michael Jackson y el galardonado director Roman Polanski fueron llevados a juicio por supuestamente haber tenido relaciones sexuales con menores de edad.

Los casos abundan. Y no sólo en terrenos tan delicados como el de la sexualidad, sino en ese otro par de temas que aconsejan evitarse en cualquier reunión: la religión y la política. En una sociedad tan dividida políticamente hablando como la venezolana, la preferencia política de algunos artistas ha generado controversia. Los que han declarado abiertamente su apoyo a cierto bando político han perdido (y cómo no, ganado) admiradores. Sin embargo, los artistas que quizá han causado aún más polémica, e incluso ganado más rechazo y condena en la opinión pública, han sido aquellos que han preferido reservarse su inclinación política.

Fuera de Venezuela, la relación entre artistas y política también ha erosionado pasiones. Célebres artistas como Gabriel García Márquez, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés han sido constantemente criticados por la cercana relación que mantienen con Fidel Castro. La historia ha registrado a prestigiosos artistas comprometidos con causas políticas: tanto Pablo Picasso como Pablo Neruda prestaron su arte a la promoción del comunismo. El compositor Richard Wagner era pública y notoriamente antisemita. Directores de orquesta como Herbert Von Karajan y Wilhelm Furtzwangler y el compositor Richard Strauss estuvieron vinculados al nazismo.

"El artista siempre palidecerá ante su obra", sentenció Sofía Ímber en una entrevista que le hiciera Leonardo Padrón para su ciclo "Los imposibles". Ímber, quien tuvo la oportunidad de conocer a grandes luminarias del arte del siglo XX aspiraba en esa declaración marcar el profundo quiebre entre la imperfecta estatura humana del artista y la magnífica cualidad de su arte.

¿Qué debe hacerse entonces con las obras de arte que más nos llegan? ¿Debe entonces admirarse a la obra sólo por sí misma o debe prestársele atención a su autor y a las circunstancias que rodearon dicha creación? ¿Es válido entonces ignorar el capital humano invertido en las obras de arte? ¿Al aplaudir la obra de cierto artista estamos sólo celebrando su virtudes? ¿Debemos admirar a un artista sólo por su talento artístico o debemos incluir también su calidad humana? ¿Luego de decepcionarnos con algún artista podemos realmente seguir aproximándonos a su obra como antes? ¿Debemos tomar a los artistas como ejemplos morales?


El arte pareciera entonces no poder escaparse del escrutinio moral. Al disfrutar o discutir sobre él, muchas consideraciones éticas entran en juego. A final de cuentas el artista es un ser humano como cualquier otro, y aunque las obras que éste haga no sean sino meros objetos, éstos pueden también llegar a adquirir cierta humanidad al ser percibidas por una persona: no sólo a través de sus sentidos, sino a través de sus sentimientos.

Comentarios

Anónimo dijo…
Excelente!

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