Monodramas: elogio de la rareza


--> I. La hermana menor de la ópera en Nueva York
Lincoln Center Plaza alberga a las dos casas de ópera más importantes de la Ciudad de Nueva York: la Metropolitan Opera y la New York City Opera. El Metropolitan Opera House está ubicado en el ala norte de la plaza y el David Koch Theater, sede de la New York City Opera, en el oeste. Aunque colocadas una al lado de la otra, difícilmente pudiera considerarse a estas dos compañías como rivales. Una manera más justa y apropiada de tratarlas sería como a un par de distinguidas organizaciones cuyos programas enriquecen la oferta operática de la Gran Manzana.

Cualquier compañía de ópera estadounidense palidecería al compararse con la Metropolitan Opera -cuyo prestigio sólo pareciera aceptar símiles con la Scala de Milán o la Royal Opera de Londres. Aunque la New Yok City Opera efectivamente rechace cualquier comparación con su vecina, los últimos espectáculos que esta ha presentado, aunado al cálido recibimiento de la audiencia y al positivo veredicto de la crítica han logrado posicionarla como una de las organizaciones culturales más revelantes de la Ciudad de Nueva York.
Fundada con el propósito de "presentar ópera de gran calidad y accesible a audiencias populares y modernas", New York City Opera se dio a la tarea de ofrecer, a lo largo de la temporada 2010-2011, espectáculos innovadores y arriesgados a través del estreno de obras de autores contemporáneos y de frescas y renovadas lecturas de piezas clásicas del género.

La temporada 2010-2011 dio inicio con el debut en Nueva York de A quiet place, la última ópera compuesta por el legendario Leonard Bernstein: una obra intrincada y a ratos inconsistente tanto desde el punto de vista musical como de libreto, que ganó cierta relevancia gracias al excepcional montaje que se dio cita en el David Koch Theater. La crítica alabó a la compañía por tan inesperada y destacada conquista.

El calendario también incluyó a Intermezzo, una comedia poco conocida que compusiera Richard Strauss inspirado por un incidente en su vida matrimonial. La pieza, aunque con una asistencia un tanto humilde, recibió elogios de la prensa gracias a la detallada y vistosa producción y a la impecable participación del elenco.

El otro montaje que recibió numerosos elogios fue el de The elixir of love, una moderna, fresca y divertida producción a cargo de Jonathan Miller quien ambientó el clásico de Donizetti en los Estados Unidos de los 50. La mayoría de los aplausos fueron dedicados al joven tenor mexicano David Lomelí, cuya maravillosa interpretación lo ha posicionado como una gran promesa del canto lírico.

La temporada cerrará a finales de Abril con el estreno de Séance on a wet afternoon, primera ópera compuesta por Stephen Schwartz, autor de exitosos musicales como Godspell y Wicked. La buena taquilla que ha reportado el espectáculo y el entusiasmo expresado por blogueros y críticos del teatro musical de Broadway le han inyectado una notable expectativa al evento.

II. Un solo drama

Hace algunos días tuve la oportunidad de asistir a Monodramas: un trío de óperas de un solo acto escritas por compositores modernos: el austríaco Arnold Schoenberg y los estadounidenses Morton Feldman y John Zorn -ambos nacidos en Nueva York. Más que un mero montaje operático, Monodramas es un espectáculo que responde a lo que Richard Wagner denominó como Gesamtkunstwerk (en alemán traduce "obra de arte total"). En este caso, cada una de estas óperas estaría interpretada o, mejor dicho, resumiría en sus interpretaciones danza, teatro y arte visual.

Aunque óperas contemporáneas como Nixon in China, compuesta por John Adams y presentada en el Met; y Anna Nicole, escrita por Mark-Anthony Turnage y presentada en el Covent Garden de Londres hayan sido sorprendentes éxitos de taquilla, el repertorio moderno casi siempre se ha visto con cierta reticencia. Esto no sólo sucede en la ópera pues también en su pariente más cercano, la música clásica, las piezas escritas en tiempos recientes distan de ser las más populares.

De todas formas el debut de Monodramas dio mucho de que hablar. Anthony Tommasini (The New York Times) elogió la belleza visual de la producción; Anne Midgette (Washington Post) la consideró todo un acontecimiento; y Henry Stuart (The L Magazine) salió del teatro entendiendo finalmente a la música moderna.

Aplausos aparte, estos medios también destacaron con unanimidad y entusiasmo la destacada cantidad de jóvenes que asistieron al espectáculo. (Si caminabas cerca del David Koch Theater minutos antes del evento resultaba difícil creer, por la apariencia, edad y hasta actitud de los presentes, que en efecto se tratase de un grupo de personas que asistía a una función de ópera.)

El drama de la comunicación fue el hilo que conectó a estas tres "mini-operas" durante poco más de dos horas: La machine de l'etre de Zorn, Erwartung de Schoenberg y Neither de Feldman.

En La machine de l'etre, la soprano Anu Komsi enunció notas que oscilaban entre la desesperación y el absurdo -a veces era incluso difícil reconocer la diferencia. En tarima se levantaron tres de esas nubes que se colocan por encima de los personajes de las caricaturas donde se muestra lo que dicen, sólo que en este caso se proyectaban imágenes abstractas inspiradas en dibujos que el artista Antonin Artaud hiciera mientras estaba internado en un psiquiátrico. En la obra de Zorn las palabras son inútiles; la voz como instrumento musical es la que se encarga de comunicar.

Luego de un interludio en el que se reprodujeron sonidos propios de un bosque, una aparente pesadilla se convierte en la trama de Erwartung ("esperando" en alemán). Una mujer interpretada por la soprano Kara Shay Thomson busca a su amante en un bosque. En su recorrido, se encuentra con el cuerpo de un hombre que carga un cuchillo clavado en el pecho. El hombre es su amante, y el terror la agobia al sospechar que quizá es ella quien lo ha asesinado. Sin embargo, luego la mujer comienza a dudar sobre la veracidad de lo que le está pasando. ¿Es un sueño? O más bien una pesadilla... Al final el cuerpo del hombre se levanta, se quita el cuchillo del pecho y besa a su mujer, quien luego le sonríe al público con picardía antes de que el telón baje. En este acto las palabras, con la ayuda de la música, consiguen hacerse más poderosas para hacer llegar su mensaje.

Neither es una pieza basada en versos de Samuel Beckett. En mi opinión esta ópera fue la más incómoda pero, también, la más bella. La incomodidad residió en las disonancias tocadas por la orquesta y en algunas de las notas extremadamente agudas proferidas por la soprano Cyndia Sieden. Neither presentó más de veinte bailarines en tarima y un montaje visual impresionante que incluyó varias decenas de pequeños cubos de espejos que bajaron del techo, desplegando reflexiones de luces que giraban bañando de rayos al recinto. Al final de la obra la cantante emitió notas tan agudas que a ratos parecía que su voz fuese a quebrarse. Estos sonidos lograron expresar una angustia que terminó cautivando a la audiencia. En la pieza de Feldman, tanto las palabras como la música se hacen insuficientes para manifestar esa profunda alienación que sugiere el título.

III. El placer de lo raro

El tema de lo moderno pareciera ser inagotable -especialmente en el campo de la música. Los compositores de ese tiempo no sólo se propusieron impactar a su audiencia, sino que también parecían practicar cierto masoquismo en su empresa. Esa intencional ruptura que efectuaron ante los creadores que los antecedieron, se hizo manifiesta en muchas obras que luego fueron rechazadas u olvidadas. Algunas fueron recibidas y recordadas, es cierto, pero varias de ellas aún luchan por ser entendidas incluso después de más de un siglo de haber sido compuestas.

Tres personas que estaban sentadas en la misma fila que yo se fueron en el intermedio y no volvieron. Una pareja de personas mayores sentadas en frente de mí se quejaban de haber perdido dinero en "semejante absurdo". Y yo también debo admitir que tenía mis reservas antes de entrar al recinto. Schoenberg, Feldman y Zorn son autores que más que hacer música lo que hacen es desafiar a sus oyentes. Y ese reto a veces se torna insoportable.

Sin embargo, decidí dejar a mis prejuicios fuera del teatro y seguí esa instrucción que Leonard Bernstein diera en uno de sus didácticos programas de televisión, en el que nos aconsejaba a que nos apropiáramos del arte moderno porque como era un arte hecho en nuestro tiempo, ese arte era nuestro arte. Cuando me senté en mi butaca me esforcé en concentrarme entonces para intentar disfrutar este tríptico de obras consideradas por muchos como "experimentales".

La tarea quizá era absurda, pero creo que valía la pena. Si bien al principio un experimento ofrece mucha incertidumbre por lo que puedan ofrecer sus resultados, también existe una gran posibilidad de que no sólo te sorprendan gratamente sino que, como en este caso, también terminen por deslumbrarte.

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