De ilusiones también se sufre

A lo largo de estos últimos meses contaba con la esperanza de recuperar a la última persona que amé, pero esta se vio aniquilada con la llegada de un email con el que supe que finalmente la había perdido. Más que esperanza, creo que tendría que haberle llamado fantasía.

Confieso que soy practicante cotidiano del daydreaming: me la paso fantaseando todo el tiempo, produciendo elaborados espectáculos que se montan sobre la tarima de mi mente. Lo que pasa es que todas esas esperanzas, ilusiones, fantasías, llámenlas como les dé la gana, son ficciones que pueden hacer daño.

En ese sentido, el acto de enterarme de que la había perdido me dolió muchísimo y me dio unas cuantas noches de desvelo, pero debo reconocer que también me proporcionó algo de tranquilidad. No es que dejé de pensar en ella (para eso creo que hace falta mucho tiempo, demasiado quizá), pero reconozco que al desvanecerse esa ilusión me sentí un poco mejor.

Lo cual no implica que esté bien, porque no lo estoy, pero a fin de cuentas mis sentimientos ganaron algo de estabilidad, que a la vez me imagino se traduce en algo parecido a eso que llaman paz.

Verán, como experto en fantasear que soy, debo advertirles que al hacerlo se puede terminar pagando un precio muy alto. Soy de los que cree que vivir sin ningún tipo de esperanza no tiene sentido alguno, pero cuando no se da lo que uno espera que se dé, el coñazo genera una herida que tarda en cicatrizar. (No empleo este léxico clínico, además de cliché, con ánimos de impactar o exagerar: es el más apropiado para tratar de describir la sensación que uno sufre cuando una ilusión se vuelve mierda.)

Como decía Walt Disney, uno de los máximos fantaseadores de todos los tiempos: “la vida sin fantasía es una vida sin color y sin sabor; es una existencia insulsa.” Y no es que le esté quitando méritos a la realidad, si a ver vamos es ésta es la que le ha devuelto algo de estabilidad a ese mar picado en el que se habían convertido mis emociones. Pero vivir de la realidad, de manera exclusiva, también me parece insoportable.

No sé si me estoy haciendo entender porque la verdad es que en estos momentos hasta me cuesta entenderme a mí mismo, lo único que intentaba hacer con este post era redactar una reflexión sobre las potenciales consecuencias negativas que puede arrastrar una ilusión. (Y una que me empeñé tercamente en mantener.)

Me gustaría pensar que esto es momentáneo, que este arranque de pragmatismo es una suerte de mecanismo de defensa que se activa para poder pasar este doloroso trance. No quisiera dejar de ilusionarme, pero en este momento la razón me lo contraindica.

En este arranque de lucidez son muchas las interrogantes que me acosan:

¿Es mejor vivir en blanco o negro que andar deambulando en un limbo grisáceo? ¿Pueden en efecto morirse las fantasías? ¿Puede ser dañino mantener las esperanzas? ¿Es más llevadera una vida con certezas que una de quizás? ¿Es realmente mejor esto de vivir con la frialdad del pragmatismo? ¿Acaso el amor en sí mismo no escapa de racionalidades? ¿Acaso el acto de amar en sí mismo no es una especie de fantasía?

¿Cómo puede uno ilusionarse con volver a amar? ¿Cómo se puede volver a amar después de esto?


En días como estos hago un considerable esfuerzo por intentar disfrutar de esta relativa pero dolorosa tranquilidad, de evitar el acto de fantasear como quien trata de dejar un vicio, de quitarme el paraguas de la ilusión para empaparme bajo la tormenta cotidiana de la realidad.

En días como estos trato de estar mejor, que no es lo mismo que estar bien. Porque bien, no lo estoy.

Comentarios

Ora dijo…
Te entiendo. Y este post dice lo que yo he tratado de decir desde algún tiempo y que nadie parece entender.
Mientras no exista un "ya", la ilusión sigue intacta. Imaginarse el cambio necesario para que la ansiedad se acabe es una constante mientras no se cierren por completo las posibilidades. Fantasear todo el día con lo que quisiéramos que pasara jode horrible cuando caemos otra vez en la realidad. Lo que uno quiere, por supuesto, es recuperar (si es que alguna vez se tuvo) lo que en un momento fue. El "ya" es lo que se anhela desesperadamente para poder llorar por una razón clara: ya no hay nada que hacer. Entrar al duelo verdadero sin posibilidad alguna de que la incertidumbre vuelva otra vez a permitir que soñemos con algo que no va a pasar.

Yo necesito tranquilidad, paz, lo que tú describes que sientes en este momento. Sé que "bien" no es probable. Pero sí claridad en los pensamientos.

Los finales son necesarios. Esperar, no rendirse por la ausencia del otro, intentar todo para no sentir que no hiciste lo necesario, es consecuencia de la falta de ese final.

Los puntos suspensivos siempre me han parecido antipáticos.

La ansiedad es, definitivamente, la peor sensación que he experimentado en mi vida. Y la causa de ella es sin duda: la expectativa por la falta del punto final.

Saludos.
Anónimo dijo…
Que forma tan exquisita de escribir y expresar lo que se siente pero que a veces uno no sabe como describirlo,
es una cualidad tan grande que tienes que como todos los escritores y musicos creo que es extraterrestre. Igual que el comentario de la amiga anterior Ora.
Excelente! y es verdad de ilusiones tambien se sufre, pero de que hay que disfrutarlas hasta el punto final hay que hacerlo: si la vida te tira limones haz limonada!

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