Mauricio Kagel: dos músicos intentan sonar como una orquesta

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El compositor Mauricio Kagel es considerado uno de los pioneros del “teatro instrumental”: una propuesta que, como su nombre lo indica, conjuga elementos del performance junto a experimentaciones musicales. Este músico, nacido en Argentina, ganó renombre gracias a su destacada obra como pionero de la música concreta en Latinoamérica. Sucesor de Stockhausen al frente de los prestigiosos Cursos de Nueva Música de Colonia, Kagel logró erigirse también como una prominente figura del post-serialismo.

El Ciclo de Conciertos de Música Contemporánea del Teatro San Martín nos brindó la oportunidad de disfrutar de una de las obras más particulares, no sólo dentro del repertorio de Kagel, sino de la música contemporánea en general: Dos hombres orquesta, pieza concebida entre 1971 y 1973, como producto de la comisión de Otto Tomek, director artístico del Festival Donaueschinger Musiktage.

La obra, que al mismo tiempo funge como pieza instrumental e instalación audiovisual, está compuesta para dos intérpretes que también se responsabilizan por la construcción de una especie de maquina que consta de 200 instrumentos musicales y herramientas sonoras. La partitura abierta de Kagel es una especie de invitación al que la toque para que disponga de un complejo armado melódico y rítmico que permitirá la generación de sonidos únicos y ciertamente inéditos.

En esta ocasión, que tuvo lugar en la Sala Bicentenario del Teatro Colón, la interpretación estuvo a cargo de Wilhelm Bruck y Matthias Wursch, cada uno con una notable trayectoria musical a cuestas. Ellos, más que músicos, parecían por ratos una especie de mecánicos o artesanos que se dedicaban a tocar cada uno de los instrumentos con un evidente esfuerzo por sacarle sonidos, incluso bajo demandantes condiciones físicas: jalar cuerdas, levantar instrumentos pesados, tocar artefactos con sus cabezas y pies.

Pianos, guitarras, violines, trombones, clavecines, mangueras, sierras, escobas, cuerdas, tiras de madera, pesadas bolas metálicas, flautas, esculturas, guantes y hasta cascos formaban parte del conglomerado sonoro que, al ser tocado por los músicos, configuraba la imagen de una extraordinaria instalación, una especie de escultura dinámica que impresionaba a la vista y desconcertaba al oído.

Dos hombres orquesta, en palabras del mismo Kagel, aspiraba ser mucho más que una pieza musical. Al ver esta máquina en tarima y al escuchar los sonidos proferidos por los músicos, uno está en presencia de una declaración de principios. En ciertos instantes, la pieza alcanza el nivel del absurdo, pero ésa precisamente era una de las intenciones de Kagel, un músico que si bien era conocido por la intelectualidad de sus composiciones, también gustaba de resaltar cierto aspecto lúdico y cómico, tanto en sus obras musicales como en sus escritos.

“Mi idea era encontrar soluciones a la crisis actual de la orquesta desde una perspectiva tanto artística como social (…) Por fin parecía oportuna la construcción de una verdadera máquina orquestal, un automatófono no automático: en lugar de ochenta músicos apenas dos”, así describía Kagel el propósito de su composición.

En varias ocasiones los músicos no consiguieron obtener los sonidos que buscaban producir. Algunas cuerdas que unían algunos de los instrumentos quedaron muy cortas, o algunos artefactos se trababan entre sí. Muchos de los instrumentos tampoco sonaron en su plenitud por más que los músicos se esforzaron en hacerlo. Estos fracasos, en mi opinión, refuerzan la meta de Kagel: en tiempos como los actuales, donde algunas de las más prestigiosas orquestas están en peligro, es cuando más se necesitan para que musicalicen los tiempos tan dramáticos que estamos viviendo.

Dos hombres orquesta funciona perfectamente como metáfora: el absurdo de que sólo dos hombres reemplacen la magnitud de decenas de músicos, enaltece precisamente su rol como célula fundamental de las orquestas, esas organizaciones que nos ofrecen música trascendental que revitalizan a nuestros espíritus.

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