Mi historia con la segunda de Mahler


Gustav Mahler es uno de mis compositores favoritos; y no sólo porque su música me llega directamente al corazón, sino porque leer sobre su vida me ha permitido sentir una plácida cercanía hacia su enorme figura.

Mi primer acercamiento a sus monumentales sinfonías fue un afortunado producto del azar. Desde entonces, me he dedicado a escuchar y analizar su obra, yendo a verla en vivo cada vez que he podido.

Aunque ya he dicho que su quinta sinfonía es mi favorita, siento una especial debilidad por su segunda debido a su inmensa carga emocional. Pocas obras musicales me conmueven tanto, y siempre he sentido que escucharla en vivo no significa asistir a un mero concierto, sino ser parte de un auténtico acontecimiento.

Para poder juzgar la calidad de las diversas lecturas a las que he estado expuesto, he sentido la necesidad de medirla con el corazón. En ese criterio queda incluso relegado la proficiencia técnica con que se interprete. A mí lo único que me importa cuando escucho la segunda de Mahler es que me conmueva.

(En ese sentido, recomiendo las grabaciones que han hecho la Filarmónica de Viena bajo la batuta de Zubin Mehta y Claudio Abbado, y la de la Filarmónica de Nueva York liderada por Leonard Bernstein.)

La primera vez que pude escuchar esta épica sinfonía en vivo no fue del todo positiva: tocada por la Orquesta Mariinsky dirigida por Valery Gergiev, si bien produjo sus momentos sublimes, hubo instantes en que sentí dicha lectura un tanto apresurada, cualidad que en mi opinión rechaza la partitura de Mahler.

La segunda vez fue un poco mejor, pero tampoco me llegó tanto como hubiese querido. A cargo de la Sinfónica de San Francisco liderada por Michael Tilson-Thomas, la ejecución estuvo impecable, pero por alguna razón no me conmovió. Por lo tanto, no puedo considerarla como mi mejor experiencia.

Ese podio está sin duda reservado para la Filarmónica de Nueva York dirigida por Alan Gilbert. Su manejo fue preciso y sobrio, logrando por entregarnos al final una lectura efectiva y emocionalmente poderosa. Esta interpretación me llegó a lo más profundo de mi ser. Y por eso siempre la guardaré con afecto en mi corazón y en mi memoria.

Luego tuve también la oportunidad de verla tocada por Dudamel y la Filarmónica de Los Ángeles en Caracas. Y aunque fue tocada de manera estupenda, me conmovió con tibieza, por lo que representa una experiencia poco memorable.  

Hace unos días pude volver a escucharla acá en Buenos Aires a cargo de la Orquesta Sinfónica Nacional, comandada por José María Sciutto. Aunque identifiqué un par de imprecisiones técnicas, no estuve de acuerdo con la elección de los tempi del segundo movimiento, y el rango dinámico de algunas secciones estuvo un poco desprolijo, debo admitir que me emocionó.

(Lo otro que no ayudó fue la carencia de una claridad sonora en las notas graves en la Sala Sinfónica del CCK: un problema grave para poder experimentar una velada musical en su plenitud.)

Escuchar la segunda de Mahler se ha convertido en un acto vital de mi experiencia como apasionado de la música clásica. Yo les recomiendo que, incluso si no la conocen, si tienen la oportunidad de verla en vivo, no la dejen pasar. Limítense a abrir sus corazones y prepárense para sentir una intensa emoción.

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