El amor verdadero


En estos días volví a ver a la mujer que más he amado en mi vida. 

La que inspiró mi primera novela (que publicaré pronto), la que protagonizó esa historia de amor que tanto le he contado a mis amigos, la que generó tantas letras en este blog. (Si lo has leído por cierto tiempo, entonces seguramente los textos más lindos que leiste los inspiró ella.)

¿Que cómo me sentí cuando la vi? Pues la respuesta no admite economía de adjetivos: sentí muchas cosas. Feliz, por sobre todas las cosas me sentí inmensamente feliz de verla a ella tan feliz: con su actual pareja (con la que se casará pronto), realizada profesionalmente y con un proyecto de vida que la tiene muy entusiasmada. 

Lo otro que sentí fue una enorme gratitud: el fin de semana que pasé con ella me trató como un rey. Me mostró, con una generosidad conmovedora, su ciudad natal -esa que le hacía brillar sus ojos cada vez que la mencionaba. Comí muy rico, disfruté mucho sus paseos y estuve muy a gusto con ella. En fin, que por momentos disfruté de esa felicidad que te levanta los pies del suelo. 

Sin embargo, también pasó lo inevitable, confirmar el mayor arrepentimiento de mi vida: no haber hecho todo lo posible para seguir amándola. En esos días que compartimos sentí genuinamente que, si en efecto no nos hubiéramos separado, nos hubiera ido muy bien. Sí, reconozco que no puedo comprobarlo. Lo que pasa es que el amor te hace pensar cosas así, es como un truco de magia que acabas de ver, que no puedes explicar pero que sucede. 

Porque en esto quiero ser bien claro: el amor continúa. Y sí, porque cuando uno ama a alguien como yo la amé a ella, ese sentimiento no se desvanece -por más que hayamos seguido con nuestras vidas. 

Con los años he descubierto que el amor es energía: no se destruye, se transforma. Yo la sigo amando, de otra forma claro está, y la seguiré amando, aunque no esté con ella. 


Porque de eso se trata el amor, el verdadero, el que sientes por esa persona -incluso cuando ya no está contigo.

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