Alicia, mi amiga imaginaria
La soledad es una mierda. Y, entre una de sus tantas consecuencias, la locura sin duda es la que más resalta. De manera que, cuando estoy –y me siento- insoportablemente solo, me vuelvo loco. Los sicólogos dicen que el ser humano suele crear “mecanismos de defensa” para enfrentar situaciones adversas. Alicia es mi “mecanismo de defensa”. Alicia es mi amiga imaginaria.
Cuando caigo irremediablemente en las redes de la locura, suele aparecer Alicia para hacerme compañía. Me acompaña cuando almuerzo solo, cuando no hay nada bueno en la tele, o cuando me aburro de leer o escuchar música –los otros dos grandes antídotos contra la soledad. Alicia es catira, medio gordita –como a mí me gustan-, tiene el pelo liso y tiene deliciosas pecas salpicadas por su pecho, cuello y la parte alta de su espalda. Todo eso lo sé por esa extraña manía que tiene Alicia. Ella, cuando se me aparece, siempre está desnuda. Qué loco, ¿no? Bueno, la verdad es que lo disfruto mucho. No hay placer más grande en este mundo para mí, que verle sus senos caídos y naturales cuando me acompaña. Es algo que siempre me reclama cuando habla conmigo: “¿Pero y entonces Victor? ¡Mírame a la cara cuando te hablo! Mira que si sigues así, voy a tener que vestirme, aunque tú bien sabes lo mucho que detesto hacerlo.” Es entonces cuando ante tal amenaza, levanto mi mirada hacia su rostro y trato de concentrarme, a la vez, en lograr un atisbo de sus talentos naturales.
Alicia, para mí, es casi perfecta. Le gusta leer a Vargas Llosa –aunque no suele devolverme los libros cuando se los presto-, goza con las neurosis de George en Seinfeld y le encanta escuchar a Los Amigos Invisibles -¿es que acaso ella no es uno de ellos? Y digo que es casi perfecta, porque a ella ahora le ha dado por aparecerse en momentos en los que realmente no la necesito. De repente estoy montado en el Metro y, en el medio del bululú que forman todos esos cuerpos apretujados, veo su piel blanca exhibiéndose ante todos como si nada. La otra vez casi choco, porque iba manejando y cuando miro hacia el retrovisor, la veo en el asiento de atrás sonriéndome con su cara de “yo no fui”. Ni hablar de la vez que la vi en clases. Se sentó diagonal a mi pupitre, y durante toda la clase no pude hacer otra cosa sino mirarle su cuerpo desnudo que es toda una delicia. Así que si me ven que estoy un poco distraído o no le paro a lo que me dicen, no se preocupen. Es sólo que Alicia de nuevo se me ha aparecido inoportunamente, y entonces me quedo hipnotizado mirando esos senos tan perfectos, caídos y naturales, rodeados de exquisitas pecas sobre su pálida piel: los senos de Alicia, mi amiga imaginaria.
Cuando caigo irremediablemente en las redes de la locura, suele aparecer Alicia para hacerme compañía. Me acompaña cuando almuerzo solo, cuando no hay nada bueno en la tele, o cuando me aburro de leer o escuchar música –los otros dos grandes antídotos contra la soledad. Alicia es catira, medio gordita –como a mí me gustan-, tiene el pelo liso y tiene deliciosas pecas salpicadas por su pecho, cuello y la parte alta de su espalda. Todo eso lo sé por esa extraña manía que tiene Alicia. Ella, cuando se me aparece, siempre está desnuda. Qué loco, ¿no? Bueno, la verdad es que lo disfruto mucho. No hay placer más grande en este mundo para mí, que verle sus senos caídos y naturales cuando me acompaña. Es algo que siempre me reclama cuando habla conmigo: “¿Pero y entonces Victor? ¡Mírame a la cara cuando te hablo! Mira que si sigues así, voy a tener que vestirme, aunque tú bien sabes lo mucho que detesto hacerlo.” Es entonces cuando ante tal amenaza, levanto mi mirada hacia su rostro y trato de concentrarme, a la vez, en lograr un atisbo de sus talentos naturales.
Alicia, para mí, es casi perfecta. Le gusta leer a Vargas Llosa –aunque no suele devolverme los libros cuando se los presto-, goza con las neurosis de George en Seinfeld y le encanta escuchar a Los Amigos Invisibles -¿es que acaso ella no es uno de ellos? Y digo que es casi perfecta, porque a ella ahora le ha dado por aparecerse en momentos en los que realmente no la necesito. De repente estoy montado en el Metro y, en el medio del bululú que forman todos esos cuerpos apretujados, veo su piel blanca exhibiéndose ante todos como si nada. La otra vez casi choco, porque iba manejando y cuando miro hacia el retrovisor, la veo en el asiento de atrás sonriéndome con su cara de “yo no fui”. Ni hablar de la vez que la vi en clases. Se sentó diagonal a mi pupitre, y durante toda la clase no pude hacer otra cosa sino mirarle su cuerpo desnudo que es toda una delicia. Así que si me ven que estoy un poco distraído o no le paro a lo que me dicen, no se preocupen. Es sólo que Alicia de nuevo se me ha aparecido inoportunamente, y entonces me quedo hipnotizado mirando esos senos tan perfectos, caídos y naturales, rodeados de exquisitas pecas sobre su pálida piel: los senos de Alicia, mi amiga imaginaria.
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