Las madrugadas
A ellas,
las madrugadas
La verdad es que no sé por qué me gustan tanto las madrugadas. A lo mejor es el silencio, ese autismo de la ciudad a esas horas. O quizás sea ese absolutismo de negro que cubre al cielo, esa especie de oscuridad íntima. Puede que sea precisamente la mezcla de esas dos cosas. De lo que sí estoy seguro es que disfruto asomarme al balcón, y sentir esas brisas nómadas y frías de la noche.
Y ponerme a pensar, mientras veo cómo las luces de los apartamentos del edificio que está al frente se van apagando poco a poco. En una de las ventanas, por ejemplo, se puede ver a una señora que se sienta frente a su computadora y mira hipnotizada la pantalla hasta luego de la una de la mañana. O también se puede ver una sala con una mesa redonda que, de noche, se convierte en el escritorio de una catira que trae libros, cuadernos y una calculadora para sentarse a estudiar. El mantel pronto se verá sustituido por los desechos del borrador que enmienda los errores de su estudio.
El hecho es que me relajo viendo esas ventanas e imaginando las vidas que tienen como domicilio esos apartamentos. Aunque, claro está, también me relajo pensando en lo que hice ese día, y en lo que también dejé de hacer. Digamos que es así como realizo una especie de estado de cuentas de mis días. Bueno, tampoco es que lo hago todas las noches, sino que más bien aprovecho esas oportunidades en las que uno puede estar con uno mismo, teniendo como telón de fondo la amenazante noche caraqueña.
Este ha sido sólo un ingenuo intento por explicar este sentimiento que me une a las madrugadas. A ese espacio y a ese tiempo que nace luego de las 12, cuando el cielo entonces ya no es tan negro, sino que más bien se diluye en un morado o en un azul oscuro. A esa sensación minimalista, fría e íntima…
A las madrugadas van dedicadas estas letras. Letras que se escriben con el sabor ácido de un cabernet-sauvignon en la boca, con los gemidos de un saxo melancólico en los oídos. Letras que le piden permiso al reloj más cercano para que, luego de las 12, puedan ser escritas y dedicadas a ellas: esos intervalos oscuros que presagian la claridad de un nuevo día.
Y ponerme a pensar, mientras veo cómo las luces de los apartamentos del edificio que está al frente se van apagando poco a poco. En una de las ventanas, por ejemplo, se puede ver a una señora que se sienta frente a su computadora y mira hipnotizada la pantalla hasta luego de la una de la mañana. O también se puede ver una sala con una mesa redonda que, de noche, se convierte en el escritorio de una catira que trae libros, cuadernos y una calculadora para sentarse a estudiar. El mantel pronto se verá sustituido por los desechos del borrador que enmienda los errores de su estudio.
El hecho es que me relajo viendo esas ventanas e imaginando las vidas que tienen como domicilio esos apartamentos. Aunque, claro está, también me relajo pensando en lo que hice ese día, y en lo que también dejé de hacer. Digamos que es así como realizo una especie de estado de cuentas de mis días. Bueno, tampoco es que lo hago todas las noches, sino que más bien aprovecho esas oportunidades en las que uno puede estar con uno mismo, teniendo como telón de fondo la amenazante noche caraqueña.
Este ha sido sólo un ingenuo intento por explicar este sentimiento que me une a las madrugadas. A ese espacio y a ese tiempo que nace luego de las 12, cuando el cielo entonces ya no es tan negro, sino que más bien se diluye en un morado o en un azul oscuro. A esa sensación minimalista, fría e íntima…
A las madrugadas van dedicadas estas letras. Letras que se escriben con el sabor ácido de un cabernet-sauvignon en la boca, con los gemidos de un saxo melancólico en los oídos. Letras que le piden permiso al reloj más cercano para que, luego de las 12, puedan ser escritas y dedicadas a ellas: esos intervalos oscuros que presagian la claridad de un nuevo día.
Comments
Las madrugadas son una maravilla.
Un abrazo enorme,
un abrazo
Lo que mas me gustó es como te imaginas la vida de los demas viendo cada una de las ventanas de los otros apartamentos, a mi me pasaba lo mismo. Yo de chamo siempre vivi en una casa, asi que no tenia ventanas de aptos que ver, pero cuando iba de visita a donde alguno de mis amigos, siempre me quedaba como estupido viendo por el balcon la n cantidad de vidas que se podian apreciar desde cada ventanita al frente de su apartamento. Siempr ehe tenido esa inquietud y es bueno saber que no soy el unico que "pierde" tiempo pensando en esas vainas.
Saludos.