Ella y sus galletas Oreo
Ella tenía esa peculiar costumbre de comerse las galletas Oreo luego de haberlas remojado en leche fría. Recuerdo que le decía que parecía la propia gringa haciendo eso, mientras ella me respondía que sólo le gustaban las galletas Oreo criollas, ésas que son de chocolate, pero no las del “tipo americano”. En fin, que ella no era “ninguna gringa”.
Lo más curioso de todo, era que para eso tenía todo un ritual que rayaba en lo maniático. Por eso es que me gustaba decirle “mi Sally”, porque en eso se parecía mucho a ese personaje que inmortalizara Meg Ryan junto a Billy Crystal en When Harry met Sally.
Primero buscaba en la nevera la leche, que debía estar lo suficientemente fría. Leche que por cierto debía ser completa: “Porque con leche descremada no me sabe igual”, decía como para justificar la cosa. Luego de haber llenado dos tercios del vaso, se iba a la mesa y lo ponía a la derecha del plato que solía llenar con tres galletas. Agarraba cada galleta y la miraba con tanta fascinación que, por momentos, parecía ponerse bizca. Después que tomaba la galleta con sus dedos, como un cura lo haría con una hostia, introducía dos veces en el vaso un tercio de la galleta –ya pueden imaginarse su manía con los tercios. Dos o tres gotas caerían en el vaso, tiñéndolo de un leve color marrón. Luego volteaba la galleta para que del extremo que había sido remojado, el líquido bañara el resto que había quedado seco. Antes de ingerírsela, volvía a mirarla concentrada y a ponerse bizca.
Llegaba entonces el momento en que se la metía a la boca. Cerraba los ojos, se le arrugaba su menuda nariz y suspiraba de placer con cada mordisco. Después se reía y meneaba su cabeza de alegría, antes de decir la frase célebre con la que cerraba cada una de estas exquisiteces: “¡qué vaina tan buena!”. Y lo decía como si nadie más estuviese allí. Imagino que el mensaje sólo le interesaba a ella. Luego de haberse comido las tres galletas, procedía a limpiarse los dientes con la lengua en procura de algún pedacito rebelde. La imagen era de un infantil encantador. Bueno, por lo menos a mí me encantaba verla así…
Es impresionante cómo ciertas cosas pueden llenar a tener toda una carga emotiva. Es impresionante cómo hoy, comprando unas cosas en el mercado, con tan sólo ver un montón de galletas Oreo, haya recordado de manera instantánea a la maniática de las galletas Oreo. A esa maniática que, ahora que lo veo, como que llegué a querer más de lo que pensaba…
Lo más curioso de todo, era que para eso tenía todo un ritual que rayaba en lo maniático. Por eso es que me gustaba decirle “mi Sally”, porque en eso se parecía mucho a ese personaje que inmortalizara Meg Ryan junto a Billy Crystal en When Harry met Sally.
Primero buscaba en la nevera la leche, que debía estar lo suficientemente fría. Leche que por cierto debía ser completa: “Porque con leche descremada no me sabe igual”, decía como para justificar la cosa. Luego de haber llenado dos tercios del vaso, se iba a la mesa y lo ponía a la derecha del plato que solía llenar con tres galletas. Agarraba cada galleta y la miraba con tanta fascinación que, por momentos, parecía ponerse bizca. Después que tomaba la galleta con sus dedos, como un cura lo haría con una hostia, introducía dos veces en el vaso un tercio de la galleta –ya pueden imaginarse su manía con los tercios. Dos o tres gotas caerían en el vaso, tiñéndolo de un leve color marrón. Luego volteaba la galleta para que del extremo que había sido remojado, el líquido bañara el resto que había quedado seco. Antes de ingerírsela, volvía a mirarla concentrada y a ponerse bizca.
Llegaba entonces el momento en que se la metía a la boca. Cerraba los ojos, se le arrugaba su menuda nariz y suspiraba de placer con cada mordisco. Después se reía y meneaba su cabeza de alegría, antes de decir la frase célebre con la que cerraba cada una de estas exquisiteces: “¡qué vaina tan buena!”. Y lo decía como si nadie más estuviese allí. Imagino que el mensaje sólo le interesaba a ella. Luego de haberse comido las tres galletas, procedía a limpiarse los dientes con la lengua en procura de algún pedacito rebelde. La imagen era de un infantil encantador. Bueno, por lo menos a mí me encantaba verla así…
Es impresionante cómo ciertas cosas pueden llenar a tener toda una carga emotiva. Es impresionante cómo hoy, comprando unas cosas en el mercado, con tan sólo ver un montón de galletas Oreo, haya recordado de manera instantánea a la maniática de las galletas Oreo. A esa maniática que, ahora que lo veo, como que llegué a querer más de lo que pensaba…
Comments
No se si es una historia de la vida real, pero la haces parecer perfectamente asi.
Me sigue impresionando tu coloquialidad literaria. El describir una escena burda y tradicional de una forma tan apasionante, es un talento.
un abrazo
Muy lindo, muy pero muy lindo.
Sólo alguien que cultiva sus propias manías gastronómicas puede ser tan detallista y tan respetuoso en la descripción de las manías ajenas.
Cariños
Merece una buena puerta en el cielo por ser uno de los ultimos hombres detallistas en el planeta.
Que maniatica tan afortunada!! Es una pieza q causa celos (de los buenos, si existen) Solo por el hecho de saber q te pueden conocer tan bien....
Anonima ex USBista
saludos~