Jueves
Nos encantaba salir a comer los jueves por la noche. Luego de que salía del trabajo a eso de las 6 y media, iba a buscarla, una hora de cola de por medio, a su casa en La Trinidad. Soportaba el tráfico con sólo imaginarme que pronto estaría agarrándole suavemente su mano izquierda ante la puerta del restaurant. Quizá ese era el momento que más disfrutaba: justo cuando Alberto nos abría la puerta y entrábamos a esa atmósfera deliciosa que nos seducía con sus aromas.
Supongo que estas salidas eran como una de esas cosas que las parejas suelen confeccionar y hacer suyas. Porque a nosotros cómo nos encantaba comer los jueves por la noche. Era algo nuestro. Era lo más nuestro que llegamos a tener. Tanto así que los archiconocidos enemigos de la intimidad de las parejas -entiéndase nuestros amigos y familiares-, lo respetaban al punto de no tratar de hacer planes para nosotros en ese día, nuestro día.
Los jueves por la noche solíamos iniciar nuestra cena de la siguiente forma: ella pedía un daikiri de fresa y yo una Solera light. Luego venía Alberto a recomendarnos lo que, para él, era siempre el plato del día: filet de dorado al ajillo. Cosa que nunca terminábamos ordenando pero que él, con estoica perseverancia, siempre insistía en recomendarnos. Al final ella siempre terminaba pidiendo un lomito prosciutto, mientras que yo siempre terminaba ordenando un linguini calamari. De manera que ya el placer estaba servido.
Degustábamos nuestros platos con el soundtrack de lo que ella hablaba, que usualmente incluía comentarios destructivos de sus compañeros de trabajo. De cómo Roberto trataba malísimo a Violeta, su novia; y cómo, en lo que salían del trabajo, él cambiaba radicalmente su trato llenándola de caricias y amapuches que terminaban empalagándola. “Un carajo bipolar, pues”, decía ella con esa sonrisa pícara que tanto me gustaba, agregándole ese último adjetivo gracias a una búsqueda en Google de términos que en principio desconocía, pero que pronto investigaba para poder usarlos después con la propiedad del caso. Y yo simplemente la escuchaba. Porque cómo me gustaba escucharle todo lo que decía. No le discutía nada. No era oportuno el reprocharle algo. Porque cuando hablaba como una posesa, era cuando más linda se veía. Habiendo ya concluido la comida procedíamos a pedir los postres. O mejor dicho el postre: un brownie gelato que era lo suficientemente grande y exquisito como para que pudiéramos disfrutarlo los dos por igual.
Ahora que lo pienso, nuestro amor se acabó precisamente porque, poco a poco, ya las semanas no tenían esos jueves. Digamos que por el abundante trabajo de uno y de otro, el insoportable tráfico de la ciudad, el alto costo de los restaurantes o cualquier otra de esas excusas urbanas que terminan derrumbando un amor tan delicioso como ése.
El hecho es que no hubo más jueves. No hubo más jueves con ella.
Y ya nada es igual que antes. Yo sigo, de vez en cuando, yendo al mismo sitio, por supuesto. Sigo saludando con cariño a Alberto cuando entro. Y sigo pidiendo lo mismo: mis predilectos linguini calamari, pero no les puedo mentir.
Ya no saben igual que antes, maldita sea.
Supongo que estas salidas eran como una de esas cosas que las parejas suelen confeccionar y hacer suyas. Porque a nosotros cómo nos encantaba comer los jueves por la noche. Era algo nuestro. Era lo más nuestro que llegamos a tener. Tanto así que los archiconocidos enemigos de la intimidad de las parejas -entiéndase nuestros amigos y familiares-, lo respetaban al punto de no tratar de hacer planes para nosotros en ese día, nuestro día.
Los jueves por la noche solíamos iniciar nuestra cena de la siguiente forma: ella pedía un daikiri de fresa y yo una Solera light. Luego venía Alberto a recomendarnos lo que, para él, era siempre el plato del día: filet de dorado al ajillo. Cosa que nunca terminábamos ordenando pero que él, con estoica perseverancia, siempre insistía en recomendarnos. Al final ella siempre terminaba pidiendo un lomito prosciutto, mientras que yo siempre terminaba ordenando un linguini calamari. De manera que ya el placer estaba servido.
Degustábamos nuestros platos con el soundtrack de lo que ella hablaba, que usualmente incluía comentarios destructivos de sus compañeros de trabajo. De cómo Roberto trataba malísimo a Violeta, su novia; y cómo, en lo que salían del trabajo, él cambiaba radicalmente su trato llenándola de caricias y amapuches que terminaban empalagándola. “Un carajo bipolar, pues”, decía ella con esa sonrisa pícara que tanto me gustaba, agregándole ese último adjetivo gracias a una búsqueda en Google de términos que en principio desconocía, pero que pronto investigaba para poder usarlos después con la propiedad del caso. Y yo simplemente la escuchaba. Porque cómo me gustaba escucharle todo lo que decía. No le discutía nada. No era oportuno el reprocharle algo. Porque cuando hablaba como una posesa, era cuando más linda se veía. Habiendo ya concluido la comida procedíamos a pedir los postres. O mejor dicho el postre: un brownie gelato que era lo suficientemente grande y exquisito como para que pudiéramos disfrutarlo los dos por igual.
Ahora que lo pienso, nuestro amor se acabó precisamente porque, poco a poco, ya las semanas no tenían esos jueves. Digamos que por el abundante trabajo de uno y de otro, el insoportable tráfico de la ciudad, el alto costo de los restaurantes o cualquier otra de esas excusas urbanas que terminan derrumbando un amor tan delicioso como ése.
El hecho es que no hubo más jueves. No hubo más jueves con ella.
Y ya nada es igual que antes. Yo sigo, de vez en cuando, yendo al mismo sitio, por supuesto. Sigo saludando con cariño a Alberto cuando entro. Y sigo pidiendo lo mismo: mis predilectos linguini calamari, pero no les puedo mentir.
Ya no saben igual que antes, maldita sea.
Comments
Tenemos la obligaciòn de SONREIR cuando estemos en momentos como estos.
Y digo "tenemos", porque este post me llega con la misma fuerza con la que lo has escrito.
"Tenemos" que mejorar la experiencia, tenemos que elevar las ganas de visitar esos lugares; los que nos recuerdan los mejores momentos de tiempos recientes; tiempos que han cumplido con su ciclo con o sin nuestra anuencia.
"Tenemos" que mantener el vuelo, porque sencillamente la vida con su vaivèn nos empuja, nos llama, nos requiere.
Rabia, nostalgia, tristeza, confusiòn, son parte de ese rompecabezas.
Pero en momentos como el que describes... que bien se nos hace la compañìa de una helada Solera Light ( en mi caso Verde ); y ser AGRADECIDOS con la oportunidad de haber conocido ( y compartido ) con esa ausente.
Tan redondo es este mundo, tan redondo, que no sabemos en que "Piazza" podremos de nuevo probar mesa, con compañìas dejadas en el tiempo...
MVLL hablaba de ello en una *novela, que presumo ya habràs leìdo hace tiempo ;->
Animo!, sufre!, pero eso si: Tienes la responsabilidad de hacerte reir! , reir mi amigo!
Buen post / buen espacio / te leo!
Saludos!
* "Travesuras de la Niña Mala".
Para mi que ibas al restaurant todos los jueves para ver a Alberto, hehe.
Saludos, Mister.
Los restaurantes son lugares donde generalmente se foralecen lazos, afectivos, económicos, sociales, políticos. La gente va a disfrutar y el disfrute está casi siempre asociado a la afectividad.
A veces pienso que los cocineros somos como Celestinas alcahuetas que facilitamos los vínculos.
Cariños
Minos: gracias por lo del "don", jeje.
Anita: me contenta mucho que te haya gustado. Menos mal que ya cambiaste la novela de Federico Vegas. Yo ya me la compré y luego ya la comentaremos.
Karina: ¡Claro que ustedes nos facilitan los vínculos! Pero, ¿sabes qué?, muchas veces no se les hace llegar el debido reconocimiento que se merecen. Que valga esto entonces para decirte a ti y a todos tus colegas: ¡Gracias!
un abrazo para todos
Justamente anoche sostuve un encuentro tan grato con mi novio entre costillas y camarones, reí, leí, lloré (por el bendito libro) y él me leyó de tantas maneras. Reivindico lo que transmites, las conexiones hacia el placer, carnal, espiritual, ¡son tan diversas y primarias! ¡jajaja!
Me alegra que este escrito esté iniciando tu blog, pues acabo de publicar en el mío, uno que te involucra, un reconocimiento que me resulta justo para ti, tu estilo e insisto, tu generosidad con el verbo.
Un abrazo grande,
jejeeje!!!!
hablando enserio, que placer de verdad haberme encontrado este maravilloso blog!!!