Retratos hablados
Ay, mami linda vecina,
ya sé que estás divina
JOSÉ LUIS PARDO
ya sé que estás divina
JOSÉ LUIS PARDO
“ALQUILO ESTUPENDO APARTAMENTO, FRENTE A ESTACIÓN LOS SÍMBOLOS, 78 m2, 2 habitaciones, 2 baños, cocina empotrada, terraza. 0414-2051452”. Este era el aviso del apartamento que Gerardo había alquilado, diagonal a la plaza Las Tres Gracias y, efectivamente, muy cerca a la estación de Metro Los Símbolos. El apartamento queda en el tercer piso del Edificio Libertador, una de esas edificaciones antiguas que sólo tienen 4 plantas, sin ascensor, y que, si se les ve desde la entrada, tienen la estructura de un rectángulo: cada lado corto contiene dos apartamentos, uno al lado del otro, y los lados largos comunican, con extensos pasillos y escaleras de granito, al otro par de apartamentos que completan cada piso.
Gerardo tiene 27 años y es médico, aún sin especialización y con una sensibilidad especial para trabajar en zonas populares. Es en ese aspecto donde Caracas se le hace perfecta, debido a la amplia oferta de comunidades con escasos recursos, a las que él puede prestar sus servicios. Por la tarde, culmina de pintar de blanco las paredes de la sala y, extenuado, decide echarse un baño, para luego ir a la panadería a comprar jamón y queso. Cuando sale y cierra las dos cerraduras de su puerta, y las otras dos de la reja, escucha que en uno de los apartamentos que están a su espalda, alguien también abre otra puerta.
“Ay papá, pero si ahí está mi vecinita linda”, piensa Gerardo, refiriéndose a la chama que ya había pillado, cuando hacía la mudanza. Ella termina de cerrar su puerta, se voltea y dice:
―Hola vecino, ¿terminaste de mudarte?
―Hola… sí, la tortura ya terminó, jeje ―sonríe tímidamente y aprovechando la ocasión, se le presenta―. Me llamo Gerardo ¿y tú?
―Estela, pero llámame Lita, mira que ese nombre es de anciana amargada. ¿Bajamos? Así aprovechamos y nos conocemos, sin llegar a esos pavosos lugares comunes como el “estoy a la orden por cualquier cosa”, o el clásico “no dudes en tocar si te hace falta un poquito de azúcar” ―en estas palabras, se resumía la colorida personalidad de Estela: toda una caraqueña desenfadada, espontánea, jodedora―. ¿Y qué haces con tu vida? ―inició ella el interrogatorio.
―Soy médico, pero de los que son pelabolas, ésos que trabajan en ambulatorios, ¿y tú? ―le devolvió la pregunta, abrumado ante tanta simpatía junta.
―Estudio Idiomas en la Central, pero estoy terminando ya mi tesis ―responde, mostrando seriedad por primera vez en el diálogo.
―Y cuéntame ―prosigue con curiosidad de recién llegado―, ¿qué tal se vive aquí?
―Mira, la zona se ha puesto burda de peligrosa ―afirma, añadiéndole dramatismo a la conversación―, pero el hecho de que tengas la estación de Metro cerca, ya es mucha vaina, ¿sabes? ―concluye encogiendo sus hombros.
―¿Y la gente?
―Bueno, los que viven al lado mío son un par de jodedores. Uno es “el maestro”, que da clases en el IUDEM, y que tiene una vida sexual tan intensa, que se hace sentir en la pared de mi sala; y el otro es “el Pessoa de Chacao”, un carajo que es poeta y que, cuando está hasta’l culo de marihuana, se cree la reencarnación de ese escritor portugués. Son un vacilón― él sonríe ya totalmente cautivado, y su pensamiento dice algo como “¡qué depinga es esta caraja!”; ella continúa―. Ahí ―señalando la puerta pintada con una réplica de una obra de Jesús Soto ―vive “la francesa”, una chama que es pintora y que está frita pa’l coño. A veces sale por ahí descalza hasta el abasto que queda en la esquina, con una camiseta Ovejita verde oliva y unos pescadores negros manchados de pintura ―descienden hasta el primer piso, y ella continúa con su presentación―. Este piso es el “súper aburrido”: en todos los apartamentos viven las típicas familias de clase media, ¿sabes? En el 7, vive “el inútil”: un varón domado por una fiera, que le para unos peos arrechísimos, con unos gritos como para que todo el mundo se entere. Aunque dicen por ahí las malas lenguas, que con todo y lo “inútil” que es, le pega más cachos a la cuaima esa que ni te cuento ―a esto último, Gerardo no logra prestarle mucha atención, ya que bajando las escaleras hasta la planta baja, pudo obtener una vista cenital de los talentos físicos de Lita: “¡Coño, y aparte tiene unas teticas bien y todo!”, pensó. Estela prosigue:
»―Aquí en la planta baja, viven el nonno Donatello, que celebró el triunfo de Italia en la ambulancia de Rescarven, después del soponcio que le dio, y la nonna Malena, una señora súper tierna que hace unos pastichos divinos. En el 3, vive “el chavista impertinente”, que a veces le da por poner a todo volumen los discursos de su presidente, junto a los desafiantes “¡viva Chávez no joda!”, que grita desde la ventana de su cocina. Mientras que en el 2, vive González, el único PM decente que he conocido en mi vida, es viudo y vive solo, y de vez en cuando se pone a cantarle boleros a su amada… bueno eso digo yo, aunque gracias a él es que los malandros no nos joden tanto por aquí.
Llegan a la entrada del edificio, se dan un beso en el cachete y se despiden. Ya no importan las últimas palabras que se han dicho, porque, de igual forma, ambos cayeron en los lugares comunes que Estela tanto rechazaba. Y, aunque pudiera decirse que Gerardo ha quedado ya con una muy buena idea del sitio donde vivirá, realmente no es eso lo que ocupa su mente. Piensa que, si en un principio se había sentido atraído físicamente por su vecina, la sensación de ahora es agradablemente distinta. Porque si el cuerpo es lo que atrae llamando tu atención, la personalidad, entonces, es lo que enamora.
―Hola… sí, la tortura ya terminó, jeje ―sonríe tímidamente y aprovechando la ocasión, se le presenta―. Me llamo Gerardo ¿y tú?
―Estela, pero llámame Lita, mira que ese nombre es de anciana amargada. ¿Bajamos? Así aprovechamos y nos conocemos, sin llegar a esos pavosos lugares comunes como el “estoy a la orden por cualquier cosa”, o el clásico “no dudes en tocar si te hace falta un poquito de azúcar” ―en estas palabras, se resumía la colorida personalidad de Estela: toda una caraqueña desenfadada, espontánea, jodedora―. ¿Y qué haces con tu vida? ―inició ella el interrogatorio.
―Soy médico, pero de los que son pelabolas, ésos que trabajan en ambulatorios, ¿y tú? ―le devolvió la pregunta, abrumado ante tanta simpatía junta.
―Estudio Idiomas en la Central, pero estoy terminando ya mi tesis ―responde, mostrando seriedad por primera vez en el diálogo.
―Y cuéntame ―prosigue con curiosidad de recién llegado―, ¿qué tal se vive aquí?
―Mira, la zona se ha puesto burda de peligrosa ―afirma, añadiéndole dramatismo a la conversación―, pero el hecho de que tengas la estación de Metro cerca, ya es mucha vaina, ¿sabes? ―concluye encogiendo sus hombros.
―¿Y la gente?
―Bueno, los que viven al lado mío son un par de jodedores. Uno es “el maestro”, que da clases en el IUDEM, y que tiene una vida sexual tan intensa, que se hace sentir en la pared de mi sala; y el otro es “el Pessoa de Chacao”, un carajo que es poeta y que, cuando está hasta’l culo de marihuana, se cree la reencarnación de ese escritor portugués. Son un vacilón― él sonríe ya totalmente cautivado, y su pensamiento dice algo como “¡qué depinga es esta caraja!”; ella continúa―. Ahí ―señalando la puerta pintada con una réplica de una obra de Jesús Soto ―vive “la francesa”, una chama que es pintora y que está frita pa’l coño. A veces sale por ahí descalza hasta el abasto que queda en la esquina, con una camiseta Ovejita verde oliva y unos pescadores negros manchados de pintura ―descienden hasta el primer piso, y ella continúa con su presentación―. Este piso es el “súper aburrido”: en todos los apartamentos viven las típicas familias de clase media, ¿sabes? En el 7, vive “el inútil”: un varón domado por una fiera, que le para unos peos arrechísimos, con unos gritos como para que todo el mundo se entere. Aunque dicen por ahí las malas lenguas, que con todo y lo “inútil” que es, le pega más cachos a la cuaima esa que ni te cuento ―a esto último, Gerardo no logra prestarle mucha atención, ya que bajando las escaleras hasta la planta baja, pudo obtener una vista cenital de los talentos físicos de Lita: “¡Coño, y aparte tiene unas teticas bien y todo!”, pensó. Estela prosigue:
»―Aquí en la planta baja, viven el nonno Donatello, que celebró el triunfo de Italia en la ambulancia de Rescarven, después del soponcio que le dio, y la nonna Malena, una señora súper tierna que hace unos pastichos divinos. En el 3, vive “el chavista impertinente”, que a veces le da por poner a todo volumen los discursos de su presidente, junto a los desafiantes “¡viva Chávez no joda!”, que grita desde la ventana de su cocina. Mientras que en el 2, vive González, el único PM decente que he conocido en mi vida, es viudo y vive solo, y de vez en cuando se pone a cantarle boleros a su amada… bueno eso digo yo, aunque gracias a él es que los malandros no nos joden tanto por aquí.
Llegan a la entrada del edificio, se dan un beso en el cachete y se despiden. Ya no importan las últimas palabras que se han dicho, porque, de igual forma, ambos cayeron en los lugares comunes que Estela tanto rechazaba. Y, aunque pudiera decirse que Gerardo ha quedado ya con una muy buena idea del sitio donde vivirá, realmente no es eso lo que ocupa su mente. Piensa que, si en un principio se había sentido atraído físicamente por su vecina, la sensación de ahora es agradablemente distinta. Porque si el cuerpo es lo que atrae llamando tu atención, la personalidad, entonces, es lo que enamora.
Comments
Excelente, mister.
Como siempre, con una narrativa que te desplaza a la cotidianidad venezolana, nos hacer ver tu tremendo talento de escritor. No lo dejes como una aficion.
un abrazo