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Estuve dos semanas sin Internet en mi casa. Al principio me estaba volviendo loco. Puedo pasar horas pegado a Internet, haciendo cualquier vaina. Que si metido en Messenger, un vicio intermitente en mi vida: a veces lo dejo, pero él siempre vuelve a por mí. Que si revisando emails, que si leyendo los blogs de mis panas. Que si metido en esta nueva gran vaina que nos echó la tecnología llamada Facebook. Como verán, así como critico y detesto a las nuevas formas que propone el mundo para comunicarnos, igualito termino cayendo en sus redes como un propio pendejo.
Pero, a medida que pasaban los días, sentía que me hacía cada vez menos falta el Internet. Agarré un par de libros que tenía abandonados y retomé el hilo de sus historias. Vi un par de películas argentinas que me había bajado hace algún tiempo y me las gocé bastante. Así como había encontrado nuevas formas de aprovechar mi limitado tiempo libre, también me reconocí desconectado de muchos de mis amigos. Ésos que saludas por Messenger, o a los que les escribes en The Wall de Facebook. Sin embargo, no dejé que la tecnología me venciera en esa batalla, pues hice lo que uno hacía antes sin todas esas malditas herramientas de la tecnología. Digamos que comencé por hacerlo, a medias, pero algo es algo.
Le escribía mensajitos a sus celulares, preguntándoles cómo estaba todo, en qué andaban. Pero los mensajitos, o no llegaban, o los destinatarios se hacían los pendejos. Igual los llamé luego y hablamos todo lo que el saldo de mi celular nos dejara hablar. Qué sabroso es escuchar la voz de esa otra persona al otro lado del teléfono. Qué sabroso es escuchar la música de su sonrisa, la melodía de su alegría o de su pena.
Aunque la verdad es que igual les estaba hablando a través de un maldito aparato. Decidí, entonces, con genuino entusiasmo de quien extraña ese contacto directo con los panas, que en lo que tuviese un tiempo libre iba a cuadrar con ellos para tomarme un café y conversar, para verlos en persona. Y así fue. Así pude ver de cerca los gestos de sus rostros. Así pude escucharles su voz sin que se interpusiera ningún maldito aparato.
Estas últimas dos semanas sirvieron para reencontrarme con mis amigos, y para reencontrarme conmigo mismo. Hace un par de días llegaron unos técnicos a mi casa para instalar un nuevo módem. Habían puesto a funcionar, de nuevo, al demonio del siglo XXI con sus intermitentes luces verdes y amarillas, amenazando con que se acabara este peculiar momento por el que estaba pasando.
Pero no les puedo negar que también estaba contento con que hubiese Internet de nuevo en mi casa. Ya me puedo bajar toda la música que me dé la gana, ya puedo revisar el email cuando quiera. Eso sí, aprendí una lección, que es la que ahora quiero compartir con ustedes. Hagan un sincero intento, y cuando el tiempo y/o el dinero se los permita, llamen a un amigo(a) e invítenlo(a) a tomarse un café o a ir al cine, qué sé yo, cualquier excusa que sirva para que se vean en persona. Y, cuando así sea…
1. Salúdalo (a) con un sincero abrazo.
2. Mírale a sus ojos, háblale, escúchale.
3. Ríanse, compartan eso que los ha hecho ser sinceros amigos.
4. Luego despídete con otro abrazo.
Créanme: se sentirán mucho, mucho mejor como seres humanos y se sentirá mucho, mucho mejor que mandar un puto kiss o hug por Facebook, que una maldita ventana de Messenger en la que aparezca: “q más? años sin verte… t extraño… a ver cuando nos vemos! un abrazo”.
Pero, a medida que pasaban los días, sentía que me hacía cada vez menos falta el Internet. Agarré un par de libros que tenía abandonados y retomé el hilo de sus historias. Vi un par de películas argentinas que me había bajado hace algún tiempo y me las gocé bastante. Así como había encontrado nuevas formas de aprovechar mi limitado tiempo libre, también me reconocí desconectado de muchos de mis amigos. Ésos que saludas por Messenger, o a los que les escribes en The Wall de Facebook. Sin embargo, no dejé que la tecnología me venciera en esa batalla, pues hice lo que uno hacía antes sin todas esas malditas herramientas de la tecnología. Digamos que comencé por hacerlo, a medias, pero algo es algo.
Le escribía mensajitos a sus celulares, preguntándoles cómo estaba todo, en qué andaban. Pero los mensajitos, o no llegaban, o los destinatarios se hacían los pendejos. Igual los llamé luego y hablamos todo lo que el saldo de mi celular nos dejara hablar. Qué sabroso es escuchar la voz de esa otra persona al otro lado del teléfono. Qué sabroso es escuchar la música de su sonrisa, la melodía de su alegría o de su pena.
Aunque la verdad es que igual les estaba hablando a través de un maldito aparato. Decidí, entonces, con genuino entusiasmo de quien extraña ese contacto directo con los panas, que en lo que tuviese un tiempo libre iba a cuadrar con ellos para tomarme un café y conversar, para verlos en persona. Y así fue. Así pude ver de cerca los gestos de sus rostros. Así pude escucharles su voz sin que se interpusiera ningún maldito aparato.
Estas últimas dos semanas sirvieron para reencontrarme con mis amigos, y para reencontrarme conmigo mismo. Hace un par de días llegaron unos técnicos a mi casa para instalar un nuevo módem. Habían puesto a funcionar, de nuevo, al demonio del siglo XXI con sus intermitentes luces verdes y amarillas, amenazando con que se acabara este peculiar momento por el que estaba pasando.
Pero no les puedo negar que también estaba contento con que hubiese Internet de nuevo en mi casa. Ya me puedo bajar toda la música que me dé la gana, ya puedo revisar el email cuando quiera. Eso sí, aprendí una lección, que es la que ahora quiero compartir con ustedes. Hagan un sincero intento, y cuando el tiempo y/o el dinero se los permita, llamen a un amigo(a) e invítenlo(a) a tomarse un café o a ir al cine, qué sé yo, cualquier excusa que sirva para que se vean en persona. Y, cuando así sea…
1. Salúdalo (a) con un sincero abrazo.
2. Mírale a sus ojos, háblale, escúchale.
3. Ríanse, compartan eso que los ha hecho ser sinceros amigos.
4. Luego despídete con otro abrazo.
Créanme: se sentirán mucho, mucho mejor como seres humanos y se sentirá mucho, mucho mejor que mandar un puto kiss o hug por Facebook, que una maldita ventana de Messenger en la que aparezca: “q más? años sin verte… t extraño… a ver cuando nos vemos! un abrazo”.
Comments
Te extraño
Me gusto mucho verte el sabado pasado
I love you
Blanca
Un placer como siempre leerte Victor Marin!
Besos!!