Uno nunca sabe


En la mayoría de los casos,
uno no sabe nada.
JUAN SÁNCHEZ PELÁEZ


Lo que más deseaba esa noche era llegar a su apartamento, soltar la cartera, quitarse los zapatos y lanzarse sobre el sofá vino tinto que tenía en su sala. Su cansancio se lo adjudicaba al día viernes, ya que en las tardes de ese día pareciera que todo el agotamiento de una semana se acumulara y te empujara con toda su fuerza. Lo imaginaba con perfección de cineasta: se recostaría sobre el mueble y suspiraría. Encendería con el control remoto el equipo de sonido, y seleccionaría el disc 3 de su reproductor de CD que contiene el último disco que tenía la facultad de relajarla hasta acostarse: Coltrane for Lovers. Luego, cuando estuviese más descansada, iría a la nevera para sacar el merlot que solía endulzar las últimas noches de su vida. “La botella está por acabarse”, recordó, pero sin lograr alarmarse: aún había vino como para esta noche. A esta hora, las preocupaciones son estériles, la atención se posa sobre lo que nos aguarda. Y a ella la aguardaba su apartamento. Un lugar que, últimamente, se sentía más solitario y silencioso que nunca, sobre todo, las noches de los viernes.

Un cornetazo del lado izquierdo de su carro dispersó los anhelos que se paseaban por su mente, y la trajo de vuelta a la Avenida Francisco de Miranda. La luz estaba en verde, pero ella no se había percatado. Avanzó apurada y trató de sumergirse, de nuevo, en esos deseos que le hacían más ligera la cola. De repente, su celular sonó. “Luis Oficina” eran las letras en azul que sobresalían de la pantalla del celular, que intermitentemente se alumbraba. Su reacción instantánea fue presionar el botón END. No quería más interrupciones. Aunque luego se arrepintió un poco de haberle trancado a Luis.

Luis tenía ya dos semanas echándole los perros. No era feo, y tenía un buen cargo que era sinónimo de buen sueldo, pero lo que no la terminaba de convencer era la seriedad que rayaba en la antipatía de este sujeto del que poco se conocía en la oficina. No obstante, se consoló luego pensando en que seguramente iba a intentar llamarla de nuevo, pues la constancia era una de las pocas cosas que sí conocía de él. Se concentró de nuevo en sus pensamientos íntimos y logró llegar sin más distracciones a su apartamento. Fue fiel a lo que su mente había planeado, hizo todo a la perfección. Disfrutó su tiempo, su espacio, su intimidad. Pero hubo un instante en esa noche en el que la soledad le pesaba, se le hacía incómoda y, a ratos, insoportable. Prendió el televisor y puso Globovisión. Gladys Rodríguez anunciaba las noticias, pero sin esa sonrisa que suele dibujar su rostro. Se veía sola. Era como el reflejo de quien la veía de frente, sentada en el sofá vino tinto. Luis volvíó a llamar. Su reacción instantánea en esta ocasión fue responderle la llamada.

- Aló -dijo ella.
- Pensé que me ibas a volver a trancar, vale -dijo con su típico tono de seriedad, que se diluyó luego con un par de sonrisas.
- Sí eres trágico Luis, estaba ocupada -atinó a decir ella, mintiendo con rapidez.
- Bien, ¿tienes algo planeado para esta noche? -preguntó él.
- Ya hice todo lo que tenía planeado -admitió con picardía quedándose luego en silencio.

Él no esperaba esa respuesta, y también quedó en silencio. Ella decidió entonces tomar las riendas de la conversación y terminaron de hablar. Trancó el celular y fue rápidamente a bañarse. “Uno nunca sabe”, pensó mientras se duchaba. El saxo de Coltrane seguía endulzando la solitaria sala del apartamento.

Comments

Positive said…
es horrible llegar a ese punto de la relacion ministro..y me ha pasado miles de veces ....

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