Los Grammys 2009: una sincera reflexión
Soy de los que no se pela los Grammy. Desde hace un par de años me veo toda la Red Carpet en E!, y luego me paso al canal que esté transmitiendo la ceremonia. La verdad es que no me importa mucho quién gane y quién no. Me calo la larga entrega de premios por las presentaciones. En los Grammy uno tiene la oportunidad ver presentaciones de artistas que de otra forma nunca pudieran presentarse juntos. Ejemplos hay muchos. Inolvidables. Usher con James Brown; Stevie Wonder con Lenny Kravitz y Alicia Keys; Elton John con Eminem; Norah Jones, Slash y Steven Tyler junto a muchos otros cantando Across the universe.
Sin embargo, los premios Grammy afrontan, como muchas otras cosas en este complicado mundo, una profunda crisis. Los índices de audiencia de cada ceremonia no han hecho otra cosa que bajar en los últimos cuatro años. Los organizadores de este evento han hecho cualquier cosa por frenar la debacle. Acortar la duración de la ceremonia y ofrecer presentaciones de los artistas más populares han sido algunas de las tantas medidas que ha tomado la Academia. Pero el esfuerzo ha sido infructuoso.
A mi manera de ver las cosas, existen varios factores por los que cada vez hay menos gente que ve los Grammy. Apartando la obviedad de que la ceremonia se hizo insoportablemente larga, la audiencia cada vez está más clara de que este tipo de eventos no son más que una estrategia de mercadeo que permita vender aún más discos a los artistas que son “premiados”. Cada vez más se premia de manera injusta a los músicos. Son muy pocos los casos en que uno dice: “es verdad, !este artista se lo merecía!”. Más bien, lo que hace uno es preguntarse -como en esta reciente entrega-: ¿cómo es posible que un rapero tan malo como Lil Wayne tenga el mayor número de nominaciones mientras artistas ostensiblemente superiores no cuenten con ninguna nominación?
Por eso digo que lo único que me interesa de este tipo de premiaciones son los espectáculos en vivo. Lamentablemente, en esta última ceremonia también las presentaciones dejaron mucho que desear. El sonido estuvo pésimo. Los vocalistas escasamente se podían oír. Y la respuesta de la audiencia fue realmente condenable. Mostraron más emoción con los Jonas Brothers que cuando empezó a cantar, junto a ellos, esa leyenda viviente llamada Stevie Wonder. (¿Acaso alguien me puede decir a quién carajo le parece una brillante idea juntar a ese nefasto trío de hermanos con el grandioso Stevie?) Y eso fue cuando lograron mostrar alguna emoción. El público estuvo tan frío que parecía estar en un funeral.
Quién sabe si efectivamente asistían al funeral de esa farsa publicitaria en la que se han convertido estos galardones que “premian lo mejor de la música”...
Sin embargo, los premios Grammy afrontan, como muchas otras cosas en este complicado mundo, una profunda crisis. Los índices de audiencia de cada ceremonia no han hecho otra cosa que bajar en los últimos cuatro años. Los organizadores de este evento han hecho cualquier cosa por frenar la debacle. Acortar la duración de la ceremonia y ofrecer presentaciones de los artistas más populares han sido algunas de las tantas medidas que ha tomado la Academia. Pero el esfuerzo ha sido infructuoso.
A mi manera de ver las cosas, existen varios factores por los que cada vez hay menos gente que ve los Grammy. Apartando la obviedad de que la ceremonia se hizo insoportablemente larga, la audiencia cada vez está más clara de que este tipo de eventos no son más que una estrategia de mercadeo que permita vender aún más discos a los artistas que son “premiados”. Cada vez más se premia de manera injusta a los músicos. Son muy pocos los casos en que uno dice: “es verdad, !este artista se lo merecía!”. Más bien, lo que hace uno es preguntarse -como en esta reciente entrega-: ¿cómo es posible que un rapero tan malo como Lil Wayne tenga el mayor número de nominaciones mientras artistas ostensiblemente superiores no cuenten con ninguna nominación?
Por eso digo que lo único que me interesa de este tipo de premiaciones son los espectáculos en vivo. Lamentablemente, en esta última ceremonia también las presentaciones dejaron mucho que desear. El sonido estuvo pésimo. Los vocalistas escasamente se podían oír. Y la respuesta de la audiencia fue realmente condenable. Mostraron más emoción con los Jonas Brothers que cuando empezó a cantar, junto a ellos, esa leyenda viviente llamada Stevie Wonder. (¿Acaso alguien me puede decir a quién carajo le parece una brillante idea juntar a ese nefasto trío de hermanos con el grandioso Stevie?) Y eso fue cuando lograron mostrar alguna emoción. El público estuvo tan frío que parecía estar en un funeral.
Quién sabe si efectivamente asistían al funeral de esa farsa publicitaria en la que se han convertido estos galardones que “premian lo mejor de la música”...
Comments
L¨*
Pero enserio, como la industria de la musica -nótese la gran industria- esta pasando por una crisis brutal, asi sucede con estos premios. Solo se ven los ombligos y las cosas mas interesantes en la musica en EEUU son relegadas a las categorias menores -las que premian en la ceremonia de la tarde- o siemplemente no existen.
¿Ellos sabran que People Under the Stairs sacó un disco el año pasado que le da tres vueltas al de Lil' Wayne?
Y yo veo la entrega al igual que tu por las presentaciones pero anoche dejó mucho que desear, ademas del sonido malo -pensaba que habia sido el único en notarlo- algunas presentaciones estuvieron muy pobres, ademas de la de Stevie con los carajitos estos la de Kayne West con Estelle no distó mucho de un burdo playback al estilo Sábado Sensacional.
Y así muchos otros...
Un abrazo Don Victor
La verdad es que me parece increible que los dueños del mundo discográfico no se den cuenta de que están out!
un abrazo