Soñando despierto en Williamsburg


Él: Ray Ban Wayfarer, camisa manga larga de cuadros negros y azules, skinny jeans negros ajustados por una correa de remaches plateados, zapatos Vans azul claro. Ella: bandana morada coronando su cabeza, lentes de pasta, camisa negra cubierta por un suéter morado, pantalones negros y zapatos Converse blancos con tiras azules. Caminan agarrados de las manos luego de salir de la estación Bedford Avenue del tren L. Cruzan la calle para entrar a un sitio que vende "la mejor comida árabe de Williamsburg", anuncia un aviso de la revista ZAGAT que está pegado en la puerta del local.

Desde que decidí venirme a Nueva York quise vivir en Williamsburg, el barrio bohemio de Brooklyn que ha atraído a artistas del resto de los Estados Unidos y de todas partes del mundo. Ese mismo encanto ha hecho que el precio de la compra y renta de viviendas sea tan alto, que en ocasiones llega a ser comparable al de ciertas zonas de Manhattan.

Por más que busqué alquilar, a través de craigslist, un cuarto en esa fascinante área que se apoderó de mis sueños, no pude lograrlo por dos razones: primero por el alto costo de los alquileres y segundo porque nunca recibí respuesta de las personas que contacté.

Me enamoré de Williamsburg durante mi viaje a Nueva York en el 2007. En esa ocasión vine solo, así que pude hacer lo que quise en esa semana que terminó siendo definitiva para mi futuro cercano -pues fue cuando conocí al instituto donde ahora estoy estudiando.

Uno de mis rituales -cuando venía de viaje y cuando vivo ahora- es buscar con disciplina de religioso todos los miércoles el ejemplar semanal del Village Voice. En la edición de esa semana salía una pequeña guía de los mejores sitios de Williamsburg: una zona que "comenzaba a ponerse de moda".

Tomé el subway y comencé a recorrer Williamsburg guiándome por lo que publicaba el Voice. Cuando empecé a caminar por la zona sentí por un momento que no estaba en Nueva York, pues era bastante silenciosa, se veían pocos carros por las calles, la gran mayoría de los edificios eran bajos (sólo cuatro pisos) y casi todos sus habitantes eran gente joven. Y artistas.

De inmediato Williamsburg me sedujo con su vibra bohemia, los grandes y extravagantes graffittis, los llamativos flyers pegados en los postes y la gran cantidad de libros usados que se venden en las aceras.

Cuando me vine a vivir, una de las primeras cosas que quería hacer era volver a visitar Williamsburg, pues tenía grandes expectativas de saber cómo se sentiría ese re-encuentro con mi zona favorita de Nueva York.

Resulta que en el verano se realizan unas célebres fiestas denominadas The Jelly Pool Parties. En los últimos dos años este festival ha ganado notoriedad gracias al cartel de artistas que allí se presentan -desde Dirty Projectors, pasando por Girl Talk hasta Grizzly Bear- mientras juegas partidas de Dodgeball y Basketball o te pones a pintar con decenas de Sharpie en una pared llena de siluetas de zapatos Converse.

La gente que asiste a estas fiestas responde al 'fenotipo Williamsburg': jóvenes vestidos con pantalones ajustados, sombreros anacrónicos y lentes de monturas de colores no convencionales. Cuando salí de la estación Bedford Avenue no sabía realmente hacia dónde ir, así que simplemente seguí a las personas que respondían a ese particular dress code y no tuve problema en encontrar al sitio.

Al llegar, tuve que hacer una larga cola de media hora para entrar bajo un sol inclemente, pero luego al estar adentro supe que había valido la pena. La vibra era alucinante, me regalaron Red Bull y un ejemplar de la revista SPIN. Cuando comenzó la presentación de Girl Talk, la gente se volvió literalmente loca. Los que estaban jugando Dodgeball salieron corriendo para estar cerca de la tarima y los que estaban haciendo cualquier otra cosa hicieron lo propio.

Para la segunda fiesta tuve que hacer hora y media de cola para entrar. Era el concierto que conmemoraba la despedida del verano -y del festival. Fue bastante promocionado en prensa, blogs indie y por el poderoso word of mouth. Este concierto fue el que menos disfruté, había mucha gente y el personal de seguridad estaba particularmente tenso ya que muchos de los que no pudieron entrar comenzaron a intentar hacerlo encaramándose sobre las cercas del parque. De todas formas Grizzly Bear ofreció una maravillosa presentación celebrada por un público eufórico que disfrutaba de una de sus mejores bandas locales.

El encanto de Williamsburg reside en su atmósfera, en el color de la ropa de su gente, en el olor de sus cafés vegetarianos y restaurantes de comida italiana, en las texturas de las portadas de los libros que yacen en el suelo. Williamsburg te ofrece esa agradable sensación de esos pueblos tranquilos, seguros, acogedores. La libertad, rebeldía, desenfado, e irreverencia exclusivos de la juventud parecieran tener su embajada en este sitio que ha encontrado vacante en esa zona de mi mente donde se alojan mis sueños.

Comments

Sophie said…
Vic, que bueno que estés conectado con la ciudad y que estés disfrutando de esos lugares que tienen la misma vibra que tú! Te odio un poco por haber podido escuchar a Grizzly Bear en vivo...=) just kiddin' Deberías tomar fotos de esos lugares, "regalar" una bitácora fotográfica de tu estadía.

Saludos!
Ana Sosa M. said…
ayyyy, love it, baby! La próxima vez que vaya tenemos que ir a Fabiane's (en Bedford) a tomarnos un café y comernos un papinini. Ok?

love you!
anita
Ana Sosa M. said…
panini**

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