Carta para L
Querida L,
Me levanté a eso de las seis y media. Procuré no hacer mucho ruido para no despertarte.
Anoche no dormí bien. Más que nervioso, estaba inquieto. Luego de haber escrito, re-escrito, borrado, comenzado y re-comenzado la carta en la que le solicito patrocinio a la gente de Recursos Humanos para mi visa de trabajo, mi cabeza nunca consiguió estabilidad. Daba vueltas: se ilusionaba con el mejor de los escenarios, se aterraba con la peor de las pesadillas.
Traté de dormir boca arriba, boca abajo, de lado. Intenté todo con una exhaustiva economía de movimientos para no molestarte. No sé si llegué a hacerlo, aunque en verdad nunca recibí señales de que tu sueño se viese interrumpido.
El sol comenzó a mostrarse poco antes de las seis. Aquí el cielo no es claro como el de Caracas. El de acá se me hace misterioso, digamos que hasta un tanto egoísta. Si pudieses ver la transparencia que ofrece el cielo de mi ciudad, tendrías una muy buena idea de lo que estoy hablando.
Acá amanece distinto.
Acá uno amanece distinto.
No sé por qué te estoy escribiendo esto ahora. Supongo que es porque no tengo nada más que hacer. No sé ni siquiera por qué fue que abrí la pantalla de mi computadora. Imagino que la he estado usando tanto últimamente trabajando en la fulana carta, que la acción adquirió lo mecánico de las rutinas.
Sin embargo ya di a la carta por finalizada. Ni siquiera abrí el documento en Word. Lo que hice fue abrir un documento nuevo, en blanco, para llenarlo con esto que ahora escribo.
Supongo que es que encuentro serenidad cuando escribo, que es que escribo esto para no olvidarlo. Supongo que es que intento traducir en palabras la perfección de lo que pasó ayer.
¿Perfección?
No creo... La verdad, no creo que lo que pasó ayer haya sido perfecto.
A ver...
¿Magia?: muy cursi...
¿Sublime?: demasiado espiritual...
Y la verdad es que tampoco sé si pueda llamarle felicidad...
¿Qué fue lo que pasó entonces? No sé, creo que me sentí bien. Eso fue lo que pasó. Anoche me sentí bien. Sí, dejémoslo así.
Tú y yo en el sofá. Pizzas. Merlot. Annie Hall en la tele.
Yo: riéndome como un estúpido. Tú: quedándote dormida unas dos, tres veces.
Yo admirando la genialidad del guión de Woody Allen. Tu buscándome la boca para besarme ocasionalmente.
Yo: intentando averiguar si tus besos presagiaban consecuencias. Tú: argumentando que tu cansancio imposibilitaba futuros escenarios:
- Estoy muy cansada, quiero irme a dormir.
No hizo falta el amor hecho. "Ya teníamos los huevos", diría Woody.
Te prometí que apagaría el televisor en lo que terminara la película, y que luego nos iríamos a dormir.
Ahí, justo ahí, fue que empecé a caer en cuenta de lo que estaba pasando...
(Ya va... creo que acabas de levantarte...)
L: ¿Y tú qué haces despierto tan temprano?, ¿ah? No me digas que estás volviendo a revisar la carta. ¡Ya basta! ¡Por Dios!
¿Me sentí bien? ¿Sólo eso?
Yo: Jajaja. No, no estaba revisándola, te juro que no. Estaba revisando el correo. Ya la apago.
¿Magia? ¿Felicidad? ¿Perfección?
L: Más te vale...
¿Por qué ya no me preocupa lo que pase con la carta?
Yo: ¿Tienes hambre?
¿Por qué ya no me preocupa que te regreses pronto a tu país?
L: Sí.
¿Por qué siento que es absurdo preocuparse por eso en este momento?
Yo: ¿Qué quieres que te prepare?
L: No sé. Algo rico, ¿sí? Sólo hazme algo rico.
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