Steve Reich en Buenos Aires: …y el minimalismo continuó




En lo que me enteré de que Steve Reich vendría por primera vez a la Argentina, no lo pensé mucho para comprar una entrada y formar parte de la experiencia de escuchar su música. La música de Reich siempre me ha fascinado por su intelectualidad. Más que compositor, se podría decir que Reich es un armador de sonoridades. Y la manera en la que establece la técnica del phasing (ésa que consiste de sofisticadas superposiciones armónicas y rítmicas) para el lenguaje orquestal es ciertamente notable.

La visita de Reich a Buenos Aires formaba parte del Ciclo de Música Contemporánea del Teatro San Martín y constaba de dos conciertos de su música en el Teatro San Martín. Sólo pude asistir a una de esas veladas, pero fue una que se convirtió en una de las experiencias musicales más extraordinarias que he tenido en mi vida.

La noche del concierto hacía calor; en Buenos Aires, la noche del 7 de noviembre hacía mucho calor. Caminando hacia el Teatro San Martín pude ver que tanto la cuadra a la que pertenece el recinto como la que está en frente estaba a oscuras. Al acercarme al teatro me temí que el concierto fuera suspendido por el apagón, pero para mi sorpresa las luces del lobby estaban encendidas.

En el hall del teatro una multitud de jóvenes poblaba el espacio. El ánimo general era elocuente de excitación, ya sea por el calor que inundaba la ciudad o por la incertidumbre de si el concierto se ida a dar o no. A eso de las ocho y veinte, diez minutos antes de la hora estipulada del concierto, se escuchó a través de los parlantes del lobby una voz que anunciaba que el concierto se daría entre 30 y 40 minutos de retraso debido a las maniobras que varios técnicos realizaban para proporcionar de electricidad a la Sala Casacuberta, donde tendría lugar el concierto. La gente aplaudió: primera de las numerosas ovaciones que la noche reservaba.

Al entrar a la Sala Casacuberta se podía ver en tarima unas configuraciones de marimbas, bongós y xilófonos, instrumentos con los que sería interpretada Drumming, la única pieza del concierto de aproximadamente 75 minutos de duración, y una de las obras más significativas dentro del catálogo de Reich. Drumming, tributo a la marcada influencia de la percusión africana en la formación de Reich, pareciera más bien un tratado de ritmo y armonía. La obra consiste de patrones repetitivos de notas tocadas por los instrumentos anteriormente mencionados. Hay pasajes que comienzan para cierto grupo de instrumentos y luego se entrelazan con los otros, originando un tono que subyace bajo las melodías. El ritmo resultante y la atmósfera sonora es ciertamente hipnótica.

En lo que calculo serían 25 ó 30 minutos de comenzado el concierto, se fue la luz y automáticamente se prendieron un par de luces de emergencia situadas sobre las puertas de salida, a los lados de la sala. El suceso generó un par de reacciones por parte del público, pero los músicos siguieron concentrados haciendo su tarea. Las luces de emergencia proporcionaban la iluminación suficiente para los músicos pudieran observar sus instrumentos y partituras, pero esta escasa luz no duraría mucho…

Mientras los músicos seguían tocando, se incorporaron a la tarima desde varios lados de la sala varios trabajadores del teatro con linternas, adelantándose al apagado de las luces de emergencia. En efecto, éstas dejaron de iluminar y los músicos tuvieron que tocar bajo la tenue e insuficiente luz que le proporcionaban los empleados del teatro. En ningún momento los músicos dejaron de tocar, parecían inmersos en las mismas notas que tocaban, como si la música los hubiese hechizado para no dejar de tocar.

La imagen era impresionante. Más que un concierto parecía una especie de performance en la que un conjunto de músicos tocan una pieza dificilísima con sus instrumentos, iluminados por personas vestidas de negro que trataban de adivinar dónde debían dirigir sus haces de luz.

La audiencia también parecía ensimismada. El silencio absoluto quizá era la manera más potente de rendirle respeto a la titánica labor que los músicos en tarima estaban haciendo al tocar una pieza tan demandante bajo una penumbra casi total.

La pieza llegó a su fin y la ovación no se hizo esperar. Los aplausos, vítores y gritos del público parecían más bien la celebración de un milagro que la conclusión de un concierto. Steve Reich, quien estaba presente en la sala manejando la consola de audio, bajó hasta la tarima visiblemente emocionado y besó y abrazó a cada uno de los intérpretes de su pieza. La amplia sonrisa que se dibujaba en su rostro expresaba la admiración y la gratitud hacia los músicos que habían emprendido un considerable esfuerzo por concluir, sin importar las circunstancias adversas, lo que habían comenzado.

El compositor se retiró junto a los músicos, pero la euforia de la audiencia lo hizo volver al escenario. Steve Reich levantó sus brazos en muestra de agradecimiento al público, y en dicho instante volvió la luz al Teatro San Martín, como si de otro milagro se tratara. La audiencia aplaudió con más vigor y los gritos de “¡Bravo!” inundaron la Sala Casacuberta bañando al compositor y al notable grupo de músicos.


No exagero al afirmar que ésta ha sido sin duda alguna una de las veladas musicales más inolvidables que he vivido. Esa calurosa y caótica noche del 7 de noviembre, Buenos Aires me brindó una de las experiencias más extraordinarias que he tenido dentro de un teatro. Esa calurosa y caótica noche del 7 de noviembre vivirá por siempre en mi memoria como una noche milagrosa: como la noche en la que el minimalismo continuó.    

Comments

Mela.- said…
¡Qué relato! ¡Qué experiencia! Gracias por compartirlo, casi casi, estuve allí

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