Un café con leche pequeño (*)
Siempre voy al Juan Valdez que queda en Times Square: es el sitio donde sirven el café con leche más parecido al de las panaderías de Caracas.
Si vengo por la tarde pido un "café con leche pequeño". Así, en español. Y si vengo temprano por la mañana lo que suelo pedir es una "arepa de choclo" -hecha de maíz dulce y servida con un pedazo de queso blanco encima.
A veces traigo mi laptop, pues ofrecen una conexión a Internet gratis y rápida -a diferencia de Starbucks, donde el café es más caro, no es tan bueno y tienes que pagar algo así como $13 al mes para poder conectarte.
Lo único malo de Juan Valdez es que casi siempre sirven el café muy oscuro. De todas formas, ellos disponen de unas jarras con leche con las que uno puede personalizar la bebida. Luego de recibir mi café, casi siempre vierto un poco en la papelera y le echo más leche para aclararlo.
A mí siempre me han gustado las colombianas; no sólo porque su físico es muy parecido al de las caraqueñas, sino porque su acento se me hace exquisito. Ellas hablan con una decencia que encuentro particularmente sexy, o irónicamente sexy, mejor dicho, pues su educada manera de hablar me hace pensar en cosas perversas y pornográficas.
En lo que descubro un buen sitio donde ir a comer o tomar café, suelo premiarlo con mis asiduas visitas. Esta regularidad me permite saludar a quien me atiende. Así me pasa en el deli donde voy a desayunar los días de semana cerca del instituto donde estudio, y en el sitio dominicano de parrillas donde también suelo ir a comer con frecuencia. En el deli trabaja Rafael, un mexicano a quien le digo "primo". En el dominicano trabaja Martha, a quien le digo "mami".
En Juan Valdez la mayoría del personal está compuesto por mujeres. Hay dos que resaltan por su belleza, y su manera de hablar. Se llaman Raquel y Esther. La primera es más atractiva que la segunda, pero es más antipática. Cada vez que trato de saludarla, ella me habla como si me viera por primera vez. Esther no es tan bonita, pero es más sexy. Imagino que es porque hace más uso de esa pícara decencia de la que hice mención antes. Esther también es mucho más simpática que Raquel -se acuerda de mí, por lo menos.
En una de estas tardes que vine, lo único que pedí fue un café con leche pequeño.
- ¿Y usted no va a querer arepa hoy? -me dijo Esther, con un tono más de flirteo que de un sincero interés por ofrecerme un aperitivo. Luego de recibir esa inesperada muestra de coqueteo, decidí contra-atacar. Me prometí que la próxima vez que la viera me iba a asegurar de hacerle saber que a mí también me gustaba ella.
Volví a venir dos días después, pero Esther no estaba trabajando. Por un lado me sentí frustrado por no verla esa tarde, pero por el otro me sentí un poco aliviado: estaba bastante nervioso.
Una mañana en la que no tuve clases en el instituto, decidí ir a Juan Valdez con mi laptop para trabajar en la reseña de un disco que debía entregarle al editor de una página web al final de la semana. Ese día sí estaba Esther. No me atendió en la caja, pero estaba sirviendo las órdenes, así que supe que tendría una oportunidad de decirle algo cuando me diera mi café.
Yo era el único que esperaba en el mostrador. Ella vertió café y leche en el vaso, le colocó la tapa y luego lo introdujo en ese cilindro de cartón que protege las manos del calor. Tomó el vaso, se volteó hacia donde yo estaba y dijo:
- ¡Café con leche pequeño! -y me lo ofreció alargando su brazo izquierdo.
- Hola.
Más nada. Esa única palabra. Seca. Sin puntos de exclamación. No pude flirtearle de vuelta. Me bloqueé. Y lo único que pude decirle fue "Hola". Como un idiota.
Agarré el café derrotado, frustrado conmigo mismo. Había tenido la oportunidad de hablarle y no hice nada. Peor aún, "nada" hubiese sido mejor que haberle dicho "Hola" de la forma en que se lo dije.
Aún decepcionado, me dirigí hacia el mesón donde estaban las jarras con leche. Le quité la tapa al vaso, tomé la jarra que decía whole milk y en ese momento sentí que alguien se acercaba a mi lado, limpiando el mesón con un trapo...
Era Esther.
Volví a ponerme nervioso. Todo lo que estaba pensando en ese momento se silenció, como si alguien hubiese presionado el botón de mute en el control remoto de mi cabeza.
- No le eche más leche –sentenció ella.
- ¿Ah? -alcancé a decir, de nuevo, como un idiota. No podía escuchar bien lo que me estaba diciendo de lo nervioso que estaba.
- Que no le eche más leche.
- ¿En serio? ¿Y eso por qué? -respondí desconcertado.
- Mire que se lo hice clarito: como a usted le gusta...
(*) Este cuento forma parte de Un café con leche pequeño, un libro de cuentos que se editará el 5 de diciembre y que podrás descargar en este blog.
Comments
Qué emoción ser la primera que comenta. Qué buen cuento, qué forma de narrarlo. Iba leyendo con una sonrisa. ¡Gracias!
Lo antes posible comienzo. Un gran abrazo.
Saludos!!!!