Basta de nostalgias
Escuchar
música es el placer más grande de mi vida; es la actividad que me ha dado más
felicidad desde que tengo uso de razón. Este mismo blog sirve como prueba de
que también disfruto mucho compartir con los demás esa música que tanto me
gusta. Escuchar música es, por lo tanto, algo que me tomo muy en serio.
La mayoría de lo que va del 2013 se me ha ido en escuchar clásicos: discos que han que han transcendido su momento para instalarse en el imaginario auditivo de millones de personas.
Sin embargo, en estos días me di cuenta de que en los últimos tres meses he estado escuchando exclusivamente discos nuevos, producciones que se han editado este mismo año: The gifted (Wale), No beginning no end (José James), The next day (David Bowie), Yeezus (Kanye West), Jamie Lidell (Jamie Lidell), Modern vampires of the city (Vampire Weekend).
Más allá de que sean muy buenos discos, creo que los he estado escuchando tanto porque me he permitido tener paciencia con ellos. En tiempos tan agitados como los que vivimos, en los que tanta música se está haciendo y donde tanta música está disponible, es difícil respirar profundo y sentarse con calma para escuchar con atención cualquier disco.
Debo reconocer que, quizá por haber estado escuchando tantos clásicos desde principios de año, estaba siendo demasiado snob con los discos que se estaban editando recientemente. Si no me gustaban a la tercera escucha, los descartaba. Pero eso estaba mal. Y estaba mal simplemente porque no le estaba dedicando el tiempo necesario a esa nueva música para asimilar lo que estaba percibiendo.
Hay muchos discos que he podido disfrutar prácticamente desde la primera escucha, pero definitivamente la mayoría de ellos no he podido entenderlos, creo que ni siquiera me han gustado la primera vez que los escuché (The rise and fall of Ziggy Stardust, David Bowie; Sign o the times, Prince; Sgt. Peppers and the Lonely Hearts Club Band, The Beatles).
Y acá es donde creo que sale a relucir el elemento clave en determinar si un disco que nos gusta termina siendo un clásico o no: el tiempo. Y no me refiero solamente a las veces que escuchemos cierto disco, sino también me refiero a los años en que seguimos escuchando ese disco incluso después de que nos haya gustado. (Sí, hay discos que me han gustado pero que sólo escucho en las fechas cercanas a su edición.)
Por eso es que creo que la nostalgia, desde el punto de vista estético, está subestimada. Sentimos nostalgia hacia esas grandes de obras de arte y sentimos cierto desprecio y esnobismo hacia el arte que se está haciendo en estos tiempos, simplemente porque hemos tenido mucho tiempo para apreciar las primeras y demasiado poco para poder valorar las últimas.
Mis películas favoritas de Woody Allen son las que hizo a finales de los 70. Mis discos favoritos de David Bowie son los que hizo a finales de los 70. Mis discos favoritos de Prince son los que hizo a principios de los 80. Ahora bien, ¿no será más bien que me gustan tanto esas producciones simplemente porque he tenido más tiempo de escucharlas (o de verlas)?
En uno de sus míticos programas de televisión, el legendario director y compositor Leonard Bernstein, en un intento por invitar a los televidentes a que le dieran una oportunidad a la tan ridiculizada y vilipendiada música clásica escrita en el siglo XX, les hizo un llamado a que se apropiaran de ella, simplemente porque esa música era la música de su tiempo.
La nostalgia tiene cierto encanto, es verdad, pero a ratos puede terminar siendo contraproducente a la hora de apreciar y valorar el arte que se está haciendo en nuestro tiempo. En la actualidad se está haciendo muy buena música, muy buen cine y muy buen arte.
Ya basta de estar diciendo de que todo lo que se hizo antes fue mejor, de que los artistas de ahora no deberían llamarse artistas, de que la era dorada siempre será la que pasó y que siempre será mejor que la actual.
Démosle una oportunidad al arte que se está haciendo en la actualidad y tomémonos la libertad de apropiarnos de él como lo dijo Bernstein: este es el arte de nuestro tiempo, este es nuestro arte.
La mayoría de lo que va del 2013 se me ha ido en escuchar clásicos: discos que han que han transcendido su momento para instalarse en el imaginario auditivo de millones de personas.
Sin embargo, en estos días me di cuenta de que en los últimos tres meses he estado escuchando exclusivamente discos nuevos, producciones que se han editado este mismo año: The gifted (Wale), No beginning no end (José James), The next day (David Bowie), Yeezus (Kanye West), Jamie Lidell (Jamie Lidell), Modern vampires of the city (Vampire Weekend).
Más allá de que sean muy buenos discos, creo que los he estado escuchando tanto porque me he permitido tener paciencia con ellos. En tiempos tan agitados como los que vivimos, en los que tanta música se está haciendo y donde tanta música está disponible, es difícil respirar profundo y sentarse con calma para escuchar con atención cualquier disco.
Debo reconocer que, quizá por haber estado escuchando tantos clásicos desde principios de año, estaba siendo demasiado snob con los discos que se estaban editando recientemente. Si no me gustaban a la tercera escucha, los descartaba. Pero eso estaba mal. Y estaba mal simplemente porque no le estaba dedicando el tiempo necesario a esa nueva música para asimilar lo que estaba percibiendo.
Hay muchos discos que he podido disfrutar prácticamente desde la primera escucha, pero definitivamente la mayoría de ellos no he podido entenderlos, creo que ni siquiera me han gustado la primera vez que los escuché (The rise and fall of Ziggy Stardust, David Bowie; Sign o the times, Prince; Sgt. Peppers and the Lonely Hearts Club Band, The Beatles).
Y acá es donde creo que sale a relucir el elemento clave en determinar si un disco que nos gusta termina siendo un clásico o no: el tiempo. Y no me refiero solamente a las veces que escuchemos cierto disco, sino también me refiero a los años en que seguimos escuchando ese disco incluso después de que nos haya gustado. (Sí, hay discos que me han gustado pero que sólo escucho en las fechas cercanas a su edición.)
Por eso es que creo que la nostalgia, desde el punto de vista estético, está subestimada. Sentimos nostalgia hacia esas grandes de obras de arte y sentimos cierto desprecio y esnobismo hacia el arte que se está haciendo en estos tiempos, simplemente porque hemos tenido mucho tiempo para apreciar las primeras y demasiado poco para poder valorar las últimas.
Mis películas favoritas de Woody Allen son las que hizo a finales de los 70. Mis discos favoritos de David Bowie son los que hizo a finales de los 70. Mis discos favoritos de Prince son los que hizo a principios de los 80. Ahora bien, ¿no será más bien que me gustan tanto esas producciones simplemente porque he tenido más tiempo de escucharlas (o de verlas)?
En uno de sus míticos programas de televisión, el legendario director y compositor Leonard Bernstein, en un intento por invitar a los televidentes a que le dieran una oportunidad a la tan ridiculizada y vilipendiada música clásica escrita en el siglo XX, les hizo un llamado a que se apropiaran de ella, simplemente porque esa música era la música de su tiempo.
La nostalgia tiene cierto encanto, es verdad, pero a ratos puede terminar siendo contraproducente a la hora de apreciar y valorar el arte que se está haciendo en nuestro tiempo. En la actualidad se está haciendo muy buena música, muy buen cine y muy buen arte.
Ya basta de estar diciendo de que todo lo que se hizo antes fue mejor, de que los artistas de ahora no deberían llamarse artistas, de que la era dorada siempre será la que pasó y que siempre será mejor que la actual.
Démosle una oportunidad al arte que se está haciendo en la actualidad y tomémonos la libertad de apropiarnos de él como lo dijo Bernstein: este es el arte de nuestro tiempo, este es nuestro arte.
Comments
Yo