Nostalgia en blanco y negro: Cruz-Diez en Buenos Aires
Carlos
Cruz-Diez es el artista plástico venezolano que más admiro. Y no sólo porque me
encanta su fascinante obra, sino porque también hay mucho de su personalidad
que resuena en mí: Cruz-Diez es un maestro que me cae muy bien.
En las dos veces que he tenido la oportunidad de estar cerca de él, he quedado
profundamente impresionado por su intelecto y por su verbo. Al terminar de
escucharlo me provoca ir a abrazarlo como si fuera un familiar cercano o un
amigo.
Sí, a Cruz-Diez lo admiro profundamente, y también lo quiero.
En estos días me enteré de que en el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos
Aires (MACBA) se estaba exhibiendo un conjunto de fotografías en blanco y negro
de Cruz-Diez: una faceta que quizá no sea la más conocida del artista. Sin
embargo, no lo pensé dos veces para ir a verla.
¿Qué se siente ver a Venezuela desde
afuera?
Desde que entré al museo las fotografías de Cruz-Diez tuvieron el mismo efecto
en mí que cualquier otra de sus obras: me impresionaron. Las piezas fueron
tomadas entre los 40 y los 80, período durante el cual el venezolano
desarrollaba el discurso artístico que lo ha caracterizado.
En varias de las imágenes más tempranas ya puede intuirse la sensibilidad
visual y el cuidado geométrico de la obra que crearía más tarde. Tanto en
términos de composición (paisajes de Holanda, Francia y España) como de los
objetos que retrata (campesinos venezolanos, Diablos de Yare), las fotos de
Cruz-Diez se me hicieron bastante cercanas al foto-reportaje de
Cartier-Bresson.
El color también está presente: hay muchas tonalidades que oscilan entre el blanco
y el negro de sus fotografías. Los ángulos y las perspectivas (Washington
Bridge, Estatua de la Libertad) también asoman el protagonismo que luego revestiría
el movimiento en su propuesta de arte cinético.
Más allá del delicado manejo estético y la afinada administración de las
proporciones, omnipresentes en las fotografías exhibidas, hubo otro componente
ineludible que acaparó mi experiencia de ver a Cruz-Diez en Buenos Aires: la
nostalgia.
Pronto cumpliré cinco años viviendo fuera de mi país. Y me sigue doliendo. Me
ha ido bien viviendo fuera, pero me temo que me siento incompleto. Hay veces en
que se me ha hecho emocionalmente abrumador escuchar ciertas canciones de Simón
Díaz o leer algunos poemas de Eugenio Montejo; porque así es la nostalgia: ataca
como un pinchazo sin previo aviso.
¿Qué se siente ver a Cruz-Diez en Buenos
Aires?
Ver esas fotos en blanco y negro fue más que ver a un país antiguo: fue ver
a un país lejano. Cruz-Diez, en un video que muestra una entrevista en la que
habla sobre sus fotos, menciona que en los 50 se iba con su amigo Aquiles Nazoa
para los barrios de Caracas, pues querían ser testigos y reporteros de la
pobreza caraqueña.
Esas fotos en particular ostentan un inquietante tono premonitorio, pues retratan
como una especie de advertencia para esa fractura social que ha padecido
Venezuela a lo largo de las últimas décadas.
¿Qué se siente ver a Venezuela en un
museo extranjero?
No sé, no puedo describir qué fue lo que sentí al salir del museo. Lo único
que puedo hacer es remitirme a hechos y frases cursis pero ciertamente genuinas:
Vi las fotos, a cuatro pasos, con un delgado vidrio de por medio, rodeado por
un silencio, a veces interrumpido por pasos de pies sobre madera y gemidos de
aire acondicionado.
Salí con el corazón arrugado, y volviendo a hacer práctica de ese suspiro
interminable, de esos que siguen aunque ya no haya aire.
¿Qué es lo que duele cuando se ve a
Venezuela desde lejos?
La imposibilidad de regresar. Y no me refiero al hecho concreto de viajar al
país de ahora -para eso sólo faltaría un boleto de avión. Me refiero a que esas
fotos en blanco y negro me mostraron a un país al que ya no se puede volver:
eso es lo que duele.
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