Perderse (o la mejor manera de conocer una ciudad)
En
estos últimos días me ha dado por “perderme” en Buenos Aires.
Ok, lo de perderme es relativo, por eso las comillas. De todas formas sí hay algo de caminar sin rumbo -o sin un destino claro- en esa reciente manía que me ha permitido conocer a Buenos Aires de una manera muy particular.
Uno de mis recorridos favoritos en la ciudad es caminar hasta el MALBA desde la esquina de Santa Fe y Scalabrini Ortiz; de allí subo hasta Libertador, sigo hasta llegar a Salguero y luego subo hasta Figueroa Alcorta.
En estos días me tocó ir al MALBA y seguí el mismo recorrido, con la excepción de que me permití algunas variaciones. En vez de subir por una calle, me metía por otra. A esto me refiero con “perderme”, es decir, yo sé adónde voy pero me permito ocasionales desvíos.
Estas alteraciones me permiten conocer lugares que de lo contrario no pudiese descubrir: bares, tiendas, cafés, restaurantes y hasta casas con fachadas impresionantes. Estas “perdidas” me han revelado una encantadora faceta de Buenos Aires -y una que no se consigue en guías de turismo, revistas, diarios o blogs.
Perdiéndome de esta forma he podido encontrar a una Buenos Aires que constantemente me sorprende, impresiona y seduce en proporciones casi iguales.
Esta manía la he aplicado en barrios como Palermo, Belgrano, San Telmo, Chacarita y Recoleta. Y todas estas perdidas me han regalado sabrosas conquistas inesperadas.
Si algo he aprendido con la llegada de mis treinta es que no hay nada malo en no saber. Por el contrario, admitir nuestra ignorancia es prescindir de ese control tan inquietante que pretendemos tener sobre cada aspecto de nuestras vidas.
Y escribo ese último párrafo porque bien pudiera aplicarse a las ciudades donde vivimos. Si intencionalmente decidimos recorrerlas sin ningún plan o destino en concreto, es mucho lo que ellas tienen por mostrarnos.
La falta de certeza no debiera angustiarnos tanto, más bien deberíamos dejar que el futuro (o nuestras ciudades) nos ofrezcan esa súbita emoción que sentimos cuando no sabemos con lo que nos vamos a encontrar: la sorpresa.
Ok, lo de perderme es relativo, por eso las comillas. De todas formas sí hay algo de caminar sin rumbo -o sin un destino claro- en esa reciente manía que me ha permitido conocer a Buenos Aires de una manera muy particular.
Uno de mis recorridos favoritos en la ciudad es caminar hasta el MALBA desde la esquina de Santa Fe y Scalabrini Ortiz; de allí subo hasta Libertador, sigo hasta llegar a Salguero y luego subo hasta Figueroa Alcorta.
En estos días me tocó ir al MALBA y seguí el mismo recorrido, con la excepción de que me permití algunas variaciones. En vez de subir por una calle, me metía por otra. A esto me refiero con “perderme”, es decir, yo sé adónde voy pero me permito ocasionales desvíos.
Estas alteraciones me permiten conocer lugares que de lo contrario no pudiese descubrir: bares, tiendas, cafés, restaurantes y hasta casas con fachadas impresionantes. Estas “perdidas” me han revelado una encantadora faceta de Buenos Aires -y una que no se consigue en guías de turismo, revistas, diarios o blogs.
Perdiéndome de esta forma he podido encontrar a una Buenos Aires que constantemente me sorprende, impresiona y seduce en proporciones casi iguales.
Esta manía la he aplicado en barrios como Palermo, Belgrano, San Telmo, Chacarita y Recoleta. Y todas estas perdidas me han regalado sabrosas conquistas inesperadas.
Si algo he aprendido con la llegada de mis treinta es que no hay nada malo en no saber. Por el contrario, admitir nuestra ignorancia es prescindir de ese control tan inquietante que pretendemos tener sobre cada aspecto de nuestras vidas.
Y escribo ese último párrafo porque bien pudiera aplicarse a las ciudades donde vivimos. Si intencionalmente decidimos recorrerlas sin ningún plan o destino en concreto, es mucho lo que ellas tienen por mostrarnos.
La falta de certeza no debiera angustiarnos tanto, más bien deberíamos dejar que el futuro (o nuestras ciudades) nos ofrezcan esa súbita emoción que sentimos cuando no sabemos con lo que nos vamos a encontrar: la sorpresa.
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