Copi en el Cervantes: celebración y repudio


“¿A Copi lo van a montar en el Cervantes? ¿Y en la María Guerrero? ¡Entonces yo tengo que ver eso!” Ésa fue mi reacción al ver un cartel, sobre la Avenida Córdoba, que promocionaba el díptico Eva Perón y El homosexual o la dificultad de expresarse, de Copi, en el Teatro Cervantes.

A mí me ha gustado lo poco que he visto de Copi sobre las tablas: Cachafaz en el Teatro San Martín, extractos de La mujer sentada en el Centro Cultural Rojas. Y también me han fascinado tanto sus múltiples talentos (escritor, dibujante, actor), como su ímpetu de transgredir, provocar, o en definitiva expresar su perspectiva del mundo mediante la controversia.

En lo que buscaba los horarios de las funciones por internet, me enteré de que el papel de Evita sería interpretado por Benjamín Vicuña, un conocido actor de televisión con una presencia notable en las revistas de farándula.

Dicha elección me sorprendió y al mismo tiempo me desconcertó: por un lado, que yo supiera Vicuña no era conocido por sus dones histriónicos sobre las tablas; y por el otro, el escenario del Cervantes no se me correspondía con este tipo de producciones. No tardaría en descubrir que no estaba solo, ya que en cierta parte de la intelectualidad porteña, el casting generó irritabilidad -por decir lo menos.

Para algunos, la directiva del Teatro Cervantes, con Alejandro Tantanian a la cabeza, parecía buscar cierta notoriedad, catalizada por la elección de Vicuña y la polémica propia de la pluma de Copi, que decantara eventualmente en una buena taquilla. Para otros, la indignación venía dada porque un actor, con un talento dramático cuestionable y hasta cierto punto incomprobable, liderara una obra en el único teatro nacional de la Argentina.

En todo caso, la controversia ya estaba servida. Yo debo confesar estas polémicas siempre han llamado mi atención. (Fui a ver a Pinti en El burgués gentilhombre y a Luciano Cáceres en el Macbeth de Javier Daulte, ambos en el Teatro San Martín.) Me da curiosidad no sólo asistir a estas producciones, sino también ser testigo del debate que provocan; y me encanta que en Buenos Aires el teatro tenga tanta importancia en la agenda cultural y, por consecuencia, alimente debates intelectuales interesantísimos.  

De manera que, si mi reacción inicial estaba motivada por el interés de ir a ver a Copi en el Cervantes, mi reacción siguiente estuvo motivada por la curiosidad: a fin de cuentas, ¿qué tal estarían las obras?

El homosexual o la dificultad de expresarse estuvo maravillosa. Cada interpretación  estuvo impecable; la puesta en escena tuvo muy buen ritmo; mientras que la escenografía, el vestuario y el maquillaje fungieron de estupendos complementos para lo que cobró vida sobre el escenario. (Después de admirar la asombrosa actuación de Hernán Franco, me uní al coro de voces que se preguntaba cómo sería Evita interpretada por él.)

Luego vino el entreacto: la idea de que un travesti interpretara extractos de entrevistas de Copi estuvo genial; la implementación: no tanto. Y creo que se debió a fallas que se repitieron en la segunda parte del montaje...

Evita Perón estuvo bien. La interpretación de Vicuña estuvo decente, pero a la obra le faltó ese filo, ese punch tan sui generis de Copi que tan bien logrado estuvo en la primera parte. Ahora bien, yo no le adjudicaría esa falta, al menos en términos absolutos, a la tibia actuación de Vicuña. Yo pondría la culpa sobre la puesta en escena. A Evita le faltó pulso, no entendí ese par de cortes que tuvo; la sentí lenta y por momentos aburrida. Y si esos adjetivos forman parte de un veredicto de algo de Copi, entonces se podría afirmar que la puesta estuvo lejos de ser exitosa.  

¿Cómo salí del Cervantes luego de presenciar todo esto?: contrariado, pues aplaudí algunas cosas y repudié otras. Celebré que el Teatro Cervantes haya logrado, al menos por unos días, insertarse en la discusión de la cultura porteña; celebré que se haya escenificado el talento de Copi en la tarima máxima del teatro nacional argentino. Pero por el otro lado repudié que en efecto el papel de Evita no estuviera interpretado por un auténtico talento dramático (Hernán Franco, para no ir muy lejos); repudié que la única forma que la directiva del Teatro Cervantes haya encontrado para ganar notoriedad, haya sido mediante la elección del actor en cuestión.


En estos días fui al CCK y leí una cita de Edgardo Giménez que decía: “El verdadero arte es el que no te deja ileso.”  Ver ese doble montaje de Copi en el Cervantes no me dejó ileso, pero yo no sé si fue precisamente por el arte que vi sobre las tablas.

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