Ocho cosas que aprendí trabajando como mesero

Durante los últimos 17 meses trabajé como mesero en un distinguido restaurante en Palermo.

El trabajo fue duro, pero gratificante, ya que aprendí un montón del oficio y, sobre todo, de mí mismo. A continuación les comparto una reflexión enumerada de las tantas cosas que aprendí ejerciendo este noble oficio.

1. La gastronomía es una ofrenda. Ser testigo cercano del esfuerzo, las horas arduas, la atención al detalle y el pulmón que le ponen los cocineros a lo que hacen, me hizo caer en cuenta de que este oficio es, en esencia, una ofrenda: al comensal, al otro. Los cocineros ya contaban con mi respeto, pero trabajar junto a ellos me ganó su admiración.

2. Los valores se enseñan en casa. Cuando venían clientes a comer, bien sea solos, en pareja o con amigos, su comportamiento era acorde al que practicaban cuando venían con sus padres. En otras palabras: si los clientes habían sido un amor, pues los padres también lo eran. Y si por el contrario eran maleducados, pues no se podía esperar otra cosa de sus padres. En conclusión: los valores y principios también se enseñan en la mesa.

3. Nunca conozcas a tus ídolos, o mejor dicho, nunca los atiendas. En el restaurante donde trabajé tuve la oportunidad de atender a artistas que admiro muchísimo. Entre mis recuerdos destacan dos en especial: una escritora que adoro absolutamente que fue con su marido y fue muy amable y gentil conmigo; y un prestigioso productor musical que no daba ni las gracias, ni decía por favor ni nada. (Los nombres me los reservo, pero si me invitan unos vinos a lo mejor se me suelta la lengua y les digo quiénes fueron.)

4. Atender a la gente es una clase maestra en psicología. Mis meses en este oficio me proporcionaron un entendimiento de la condición humana que creo que no hubiese podido obtener en otro cargo. Intuir quién iba a ser problemático o bueno, generoso o pichirre, es una capacidad que gané con el día a día mediante un estudio minucioso de gestos, actitudes y comportamientos. Atender a la gente me ayudó a entenderla.

5. Trabajar de noche es bien jodido: mi turno comenzaba a las 8 de la noche y concluía a eso de las dos de la mañana, lo cual me hizo poner en contacto con gente de la noche: tanto cuando salía del trabajo como cuando tomaba el colectivo en mi vuelta a casa. Lo que dicen de trabajar de noche es verdad: hay mucha joda, mucha fiesta, mucha droga; pero también un montón de gente que le echa bolas para ganarse su pan. Gente que trabaja mientras usted disfruta. A todos ellos, mi empatía y admiración por siempre.

6. Atender a veces es actuar, pero eso no es malo. Si alguna vez van a un sitio y ven que su mesero tiene la mirada perdida, anda distraído, se le olvidó traerles algo, no sean tan duros con ellos. Puede que sea negligencia o mediocridad, no lo descarto, pero a lo mejor a ese mesero le rompieron el corazón ese día, su país se está cayendo a pedazos o se acaba de enterar de que tiene un familiar muy enfermo. ¿Y saben qué es bien difícil?: poner buena cara cuando por dentro estás destrozado. (Un poquito de compasión, por favor.)

7. Los clientes malos te joden, pero los buenos te marcan de por vida: hay clientes maleducados, es verdad, pero son una estricta minoría. (Yo diría que menos de un 10% porque lo calculé.) Te afectan, es verdad, pero nada se compara cuando atiendes a un cliente maravilloso con el que tienes feeling y al que atiendes con auténtico placer. Clientes que quieren saber genuinamente cómo estás, que se preocupan por lo que está pasando tu país y que se despiden dándote un apretón de manos o un beso mientras te desean la mayor de la suerte en tu vida en este país. Los despreciables te perturban, es verdad, pero los lindos te acarician el corazón.

8. Trabajar en cocina te llena de conciencia social: trabajar de mesero me puso en contacto, día a día, con bacheros y asistentes de cocina paraguayos: gente hermosa, buena y trabajadora que ejerce esos oficios porque no cuentan con otros recursos para ganarse su vida. Trabajar junto a ellos me hizo descubrir la problemática de su país de origen y las vicisitudes que atraviesan ellos, sus parejas y familias. Saber de esta realidad me hizo estallar mi burbuja de privilegiado y me mostró una faceta más real de la vida. Su humildad y generosidad me enternecían siempre y todos ellos se han ganado un lugar especial en mi corazón, pues siempre me apoyaron y durante casi año y medio se convirtieron en una especie de familia para mí. Y eso, eso de ganar cariños, para cualquier emigrante, es una verdadera bendición.

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