Volveré (o las vainas que echa la nostalgia)


 Hace un par de meses me metí en Twitter sin sospechar que caería víctima de la nostalgia. Y cuando digo que fue una caída lo digo en sentido literal: fue imprevista, me dolió, no estaba preparado para lo que estaba a punto de sentir.

La chispa del incendio fue bastante insospechada: alguien citó un par de frases del tema Volveré, cantado por Rubby Pérez con la Orquesta de Wilfrido Vargas. En lo que leí esos fragmentos de la letra, mi mente enseguida le reprodujo la música que le acompaña. Estaba en el colectivo o caminando, qué sé yo, el punto es que no pude reproducir la canción en ese momento, pero sentí un impulso irrefrenable por materializar ese capricho.

Llegué a la casa unas horas después y en lo que estaba sentado frente a mi laptop busqué la canción en YouTube. Me temo que, para lo que sucedió en unos instantes, no tengo una definitiva explicación, sino que sólo soy capaz de concebir -y redactar- aproximaciones.

En lo que Rubby Pérez entra a cantar me puse a llorar sin poder detenerme. Y el llanto no fue menor, no, parecía que estuviese estancado allí adentro, donde se guardan los dolores y explotara como una especie de volcán incontenible.

Confieso que desde que empecé a vivir fuera de mi país he tenido ataques similares, desencadenados por temas como Tonada de luna llena de Simón Díaz (en esa versión tan hermosa de Natalia Lafourcade), y otra vez cuando una de mis ex-novias me pidió que le recitara un poema de Eugenio Montejo y no pude hacerlo porque simplemente no me salía aire de la boca. (Todo este episodio lo podrán leer en un futuro post).

Esas son las vainas que echa la nostalgia: que te ataca como un terremoto que no se puede prevenir, que te mueve el piso y te hace perder el control y caer.

Yo todavía no sé por qué reaccioné de esa forma. Quizá sea la tonalidad menor del tema, o esos aires de música flamenca, o ese vibrato desgarrador de Rubby Pérez, o ese teclado con ínfulas de órgano pésimamente sintetizado.

O probablemente haya sido porque ese tema perteneció a la música de mi infancia, una infancia feliz donde me crié en la casa de mis abuelos en Caracas, la música que le dio ritmo a nuestras celebraciones -cumpleaños, matrimonios, y demás reuniones familiares.

Lo absurdo de todo esto es que uno termine asociando tristezas desgarradoras con merengues tan bailables como estos. Si bien es cierto que el ataque que me dio ostenta cierta carga de ridículo, no por eso deja de ser genuino.


Lo que me consuela es que precisamente esa canción pueda tomarse como una metáfora de la nostalgia o de la vida, como esas inagotables ansias de volver a cuando éramos felices. Por ejemplo, ese intermedio del tema tan alegre, tan movido, nos confirma que, como ya lo dije alguna vez, quizá tomándolo prestado a alguien que ya lo había dicho, no importa: “la vida es una canción que se baila con los ojos aguados”.


La vida se baila, señores.

La vida, la nostalgia y la tristeza se bailan.

Comments

Anonymous said…
Que si echa la vaina? que te lo digo yo....y me la echaste tu, con ese post, moviendo en mis entrañas, las ganas que tengo de verte y tomarme un café contigo, Victor Marin Viloria

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