La poesía de Eugenio Montejo: una nueva dimensión
La poesía de Eugenio Montejo me llega al alma.
Cuando leí sus versos por primera vez, me sucedió algo hasta el momento inédito: era capaz de sentir -en mi piel, en mi cabeza, en mi corazón- casi todo lo que su genio redactaba.
¿Te ha pasado
que te enamoras,
que te entristeces,
que te excitas,
que sonríes de ternura,
que te abate la melancolía,
que llegas a desdoblarte,
que te aterroriza morir,
que te quema el desarraigo
con tan sólo leer algo?
Estoy absolutamente convencido que ese vínculo tan especial que sostengo con la poesía de Eugenio Montejo se fortaleció tras haberlo conocido, tras haberlo escuchado en un recital de poesía, y tras haber tenido el inconmensurable privilegio de participar de uno de sus talleres de poesía. En cada una de esas ocasiones fui testigo cercano de su humildad, de su brillantez, y de su grandeza.
La relación, esa relación, se hizo aún más personal.
Las dos primeras veces que salí de mi país, tanto para Nueva York como para Buenos Aires, lo único que metí en mi maleta que sentía como verdaderamente venezolano fue un ejemplar de su poesía. Sentía que ese poemario era como un rinconcito que guardaba lo más bello de mi país.
También le regalé sus libros a amigos muy queridos de Chile, República Dominicana y España. Yo sentía que, al darles eso, también les estaba obsequiando lo más lindo de Venezuela.
A lo largo de estos 10 años que he estado viviendo fuera de mi país, mi relación con la poesía de Eugenio Montejo ha ganado una nueva dimensión, una que incluso pensé que no fuera posible: se ha tornado más intensa.
Hace un par de años salía con una chica argentina. Un día que compartimos en su casa, ella empezó a reproducirme en su computadora las canciones de rock nacional argentino que más le gustaban. Yo hice lo propio y le busqué también las que, en mi opinión, eran las canciones hermosas que se habían compuesto en mi país.
A ella también le gustaba que le leyera cosas en voz alta. Entonces se me ocurrió buscarle unos poemas de Montejo por internet para recitárselos.
Pero en lo que intenté leerlos, el aire simplemente no me salía de la boca. Era como si mi alma le hubiera hecho un nudo a mi garganta. La sensación fue intempestiva; tanto, que tuve que hacer un esfuerzo para retener unas incesantes ganas de llorar. Todo pasó en muy poco tiempo, no creo que haya sido capaz de haberlo previsto y hasta el sol de hoy no sé explicar qué fue lo que me pasó.
O tal vez sí…
En momentos como los de ahora, en los que mi querido país está pasando por momentos tan terribles, cada vez que abro un poemario de Eugenio Montejo y leo uno de sus poemas, yo siento que Venezuela sigue siendo bella.
Sí, yo siento que Venezuela sigue siendo bella.
Comments
Que bueno fue conocerte.