Paseando por el Centro de mis prejuicios
Debido a ciertas diligencias que exige mi pasantía, la semana pasada me vi en la necesidad de ir al Centro de Caracas. Salí de la estación de Metro La Hoyada y caminé hasta una de las Torres del Silencio, sitio donde se iba a efectuar la reunión que había motivado la movilización de mi persona y, sobre todo, al desplazamiento de mis prejuicios.
Tenía al menos tres años que no visitaba el Centro de Caracas. La última vez que fui, intenté sacarme el pasaporte en la Onidex. Estuve yendo durante tres días seguidos, pero mis esfuerzos resultaron infructuosos. De manera que los últimos recuerdos que tenía de mi paso por esa zona no eran muy positivos que digamos.
Pero también fui presa de mis prejuicios en este reencuentro. Salí de La Hoyada resguardando mi bolso, mirando hacia los lados, atento ante la cercanía de cualquier persona “extraña”. Debo confesarles que me sentía incómodo. Sin embargo, me sentí un poco mejor al constatar el buen estado de las edificaciones que me rodeaban, de las calles y aceras por las que caminaba. Los edificios estaban recién pintados; la Asamblea Nacional reluciente de blanco; el Teatro Municipal impecable; la Plaza Bolívar pulcra; las calles ahora están libres de los carros que antes se estacionaban y llenas de fiscales y de policías. En fin, estaba gratamente impresionado de cómo el Centro de mi ciudad me recibía luego de tanto tiempo.
No obstante, cerca del CNE, la cosa sigue siendo lamentablemente la misma –o incluso peor- de la última vez que la transité. La Plaza Caracas está ahora libre de buhoneros, pero está cerrada por una serie de modificaciones que espero mejoren su anterior apariencia.
Antes de dirigirme a las Torres del Silencio, me metí en un local llamado Café Fama de América. El recinto por dentro es fascinante, el concepto fácilmente “franquiciable”; no tiene nada qué envidiarle a un café madrileño. El café con leche que me tomé me supo a gloria, que es el sabor que te deja esa inesperada caricia que me estaba ofreciendo mi ciudad.
En fin, esta última visita al Centro de Caracas fue muchísimo mejor de lo que me esperaba. Pero no sólo me dejó esa agradable sensación en todo mi cuerpo, sino que, en el camino de regreso a mi universidad, me planteé ciertas reflexiones que ahora me gustaría compartir con todos ustedes:
¿Por qué uno deja de ir por tanto tiempo a ciertas partes de nuestra ciudad? ¿No será que la mayoría de las veces uno se auto-exilia? ¿El no ir a partes como el Centro no es precisamente seguir contribuyendo a la polarización del país? ¿El no ir al Centro no es precisamente darle la razón a esos grupos que creen haberse apoderado “políticamente” de algunos espacios urbanos? ¿Por qué uno deja que nuestros prejuicios nos “prohíban” visitar ciertas partes de nuestra ciudad?
Los invito a que los derrotemos, a que nos rebelemos contra ellos, a que le llevemos la contraria. Créanme: se siente muy bien. Cuando uno derriba esas absurdas barreras mentales y se dedica, como lo hice yo, a disfrutar de la ciudad que no le pertenece a ningún bando sino que es de uno, ella misma como que te da premios como éste que recibí yo.
Tenía al menos tres años que no visitaba el Centro de Caracas. La última vez que fui, intenté sacarme el pasaporte en la Onidex. Estuve yendo durante tres días seguidos, pero mis esfuerzos resultaron infructuosos. De manera que los últimos recuerdos que tenía de mi paso por esa zona no eran muy positivos que digamos.
Pero también fui presa de mis prejuicios en este reencuentro. Salí de La Hoyada resguardando mi bolso, mirando hacia los lados, atento ante la cercanía de cualquier persona “extraña”. Debo confesarles que me sentía incómodo. Sin embargo, me sentí un poco mejor al constatar el buen estado de las edificaciones que me rodeaban, de las calles y aceras por las que caminaba. Los edificios estaban recién pintados; la Asamblea Nacional reluciente de blanco; el Teatro Municipal impecable; la Plaza Bolívar pulcra; las calles ahora están libres de los carros que antes se estacionaban y llenas de fiscales y de policías. En fin, estaba gratamente impresionado de cómo el Centro de mi ciudad me recibía luego de tanto tiempo.
No obstante, cerca del CNE, la cosa sigue siendo lamentablemente la misma –o incluso peor- de la última vez que la transité. La Plaza Caracas está ahora libre de buhoneros, pero está cerrada por una serie de modificaciones que espero mejoren su anterior apariencia.
Antes de dirigirme a las Torres del Silencio, me metí en un local llamado Café Fama de América. El recinto por dentro es fascinante, el concepto fácilmente “franquiciable”; no tiene nada qué envidiarle a un café madrileño. El café con leche que me tomé me supo a gloria, que es el sabor que te deja esa inesperada caricia que me estaba ofreciendo mi ciudad.
En fin, esta última visita al Centro de Caracas fue muchísimo mejor de lo que me esperaba. Pero no sólo me dejó esa agradable sensación en todo mi cuerpo, sino que, en el camino de regreso a mi universidad, me planteé ciertas reflexiones que ahora me gustaría compartir con todos ustedes:
¿Por qué uno deja de ir por tanto tiempo a ciertas partes de nuestra ciudad? ¿No será que la mayoría de las veces uno se auto-exilia? ¿El no ir a partes como el Centro no es precisamente seguir contribuyendo a la polarización del país? ¿El no ir al Centro no es precisamente darle la razón a esos grupos que creen haberse apoderado “políticamente” de algunos espacios urbanos? ¿Por qué uno deja que nuestros prejuicios nos “prohíban” visitar ciertas partes de nuestra ciudad?
Los invito a que los derrotemos, a que nos rebelemos contra ellos, a que le llevemos la contraria. Créanme: se siente muy bien. Cuando uno derriba esas absurdas barreras mentales y se dedica, como lo hice yo, a disfrutar de la ciudad que no le pertenece a ningún bando sino que es de uno, ella misma como que te da premios como éste que recibí yo.
Comments
Por ciero, te importa si te linkeo? Te leo con frecuencia!
toto: tu comentario es muy acertado. Ésa precisamente era mi intención con este escrito. Bienvenido.
Gracias por el comentario en mi blog.
Salud.
Besos caraqueños!!!