Dos minutos
Sé que no sientes lo mismo que yo.
De todas formas, me gustaría pedirte un favor.
Me gustaría que nos viéramos en Altamira. Podríamos tomarnos un café o almorzar, tú me dices. Allí te propondría lo que aspiro hacer contigo.
Me gustaría que nos fuésemos a un lugar donde podamos caminar.
Debe ser una acera larga. Puede ser una plaza también. Altamira tiene varias, por eso la escogí. El punto es que tiene que ser un sitio donde podamos caminar por dos minutos. Ininterrumpidamente.
En lo que lleguemos a ese lugar me gustaría tomar tu mano. Prometo no hacer más que eso. No haré nada con lo que no estés de acuerdo. Yo lo que quiero es construir un recuerdo, con tu ayuda.
Si me dejas tomar tu mano, caminaremos. Y caminaremos por dos minutos. Lo que dura una canción de Los Beatles. Lo que dura en promedio una llamada telefónica. Lo que dura caminar una cuadra entera.
Y lo que tiene que durar, como mínimo, una acción que luego se quiere recordar por mucho tiempo.
Luego caminaremos con nuestras manos agarradas, pero no hablaremos. Ni siquiera nos miraremos. Sólo caminaremos.
Es importante que nada nos interrumpa. Si alguien se nos cruza y amenaza con romper nuestro lazo, pues nos moveremos a un lado y lo esquivaremos, pero seguiremos adelante agarrándonos las manos con fuerza.
Caminaremos lento, pero no demasiado. Nuestro paso debe ser firme, pero no apresurado.
Luego de esos dos minutos soltaré tu mano. Y seguiré caminando. Tú podrás detenerte, caminar hacia otro lado. Podrás hacer cualquier cosa menos seguirme. Cualquier cosa menos hablarme.
Yo seguiré caminando y trataré de que no se me olvide lo que acaba de pasar.
El tacto de tu mano, los colores de Altamira que nos rodearon, el olor de mi parte favorita de Caracas.
Esos dos minutos en que lucimos, para los demás (y para mí), como una de esas parejas que muestran en público ese lazo físico y sentimental.
Esos dos minutos en que fuimos dos.
Esos dos minutos en que fuimos dos y que fuimos uno.
En que fuimos dos y que fuimos uno.
Y que fuimos uno.
Fuimos uno.
Uno.
De todas formas, me gustaría pedirte un favor.
Me gustaría que nos viéramos en Altamira. Podríamos tomarnos un café o almorzar, tú me dices. Allí te propondría lo que aspiro hacer contigo.
Me gustaría que nos fuésemos a un lugar donde podamos caminar.
Debe ser una acera larga. Puede ser una plaza también. Altamira tiene varias, por eso la escogí. El punto es que tiene que ser un sitio donde podamos caminar por dos minutos. Ininterrumpidamente.
En lo que lleguemos a ese lugar me gustaría tomar tu mano. Prometo no hacer más que eso. No haré nada con lo que no estés de acuerdo. Yo lo que quiero es construir un recuerdo, con tu ayuda.
Si me dejas tomar tu mano, caminaremos. Y caminaremos por dos minutos. Lo que dura una canción de Los Beatles. Lo que dura en promedio una llamada telefónica. Lo que dura caminar una cuadra entera.
Y lo que tiene que durar, como mínimo, una acción que luego se quiere recordar por mucho tiempo.
Luego caminaremos con nuestras manos agarradas, pero no hablaremos. Ni siquiera nos miraremos. Sólo caminaremos.
Es importante que nada nos interrumpa. Si alguien se nos cruza y amenaza con romper nuestro lazo, pues nos moveremos a un lado y lo esquivaremos, pero seguiremos adelante agarrándonos las manos con fuerza.
Caminaremos lento, pero no demasiado. Nuestro paso debe ser firme, pero no apresurado.
Luego de esos dos minutos soltaré tu mano. Y seguiré caminando. Tú podrás detenerte, caminar hacia otro lado. Podrás hacer cualquier cosa menos seguirme. Cualquier cosa menos hablarme.
Yo seguiré caminando y trataré de que no se me olvide lo que acaba de pasar.
El tacto de tu mano, los colores de Altamira que nos rodearon, el olor de mi parte favorita de Caracas.
Esos dos minutos en que lucimos, para los demás (y para mí), como una de esas parejas que muestran en público ese lazo físico y sentimental.
Esos dos minutos en que fuimos dos.
Esos dos minutos en que fuimos dos y que fuimos uno.
En que fuimos dos y que fuimos uno.
Y que fuimos uno.
Fuimos uno.
Uno.
Comments
Altamira también es una de mis partes favoritas de Caracas.
Ese don que tienes de dejar a la gente inerme con palabras sencillas es brutal Vic.
Y nunca me gusto mas pensar en un final tan definitivo como romantico, tan abierto como el cielo y tan amplio como el mar.
De verdad Victor que, se me acaban las palabras para decir lo excelentemente escrito que esta esto vale.
Demasiado sentimiento.
Un abrazo!
Por eso te quiero y te admiro y como dijo otro comentarista nos dejas sin palabras
Yo