Proyecto Mahler: un claroscuro emocional magistralmente interpretado



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Anoche, Gustavo Dudamel y la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar desplegaron todo su arsenal técnico para brindarnos una excelente interpretación de la Sinfonía No. 5 de Gustav Mahler. Desde el comienzo de la pieza, las notas de la trompeta anunciaban una lectura precisa y refinada, donde las diferentes secciones de instrumentos se encargaron de lucirse para conformar un verdadero logro colectivo.

Dudamel mostró un control total sobre la sinfonía. Su manejo de los tempi resultó apropiado durante las complejas y diversas secciones de esta pieza que contiene momentos tétricos (la mayoría del primer y del segundo movimiento) y momentos sublimes (la totalidad del precioso adagietto).

Al igual que la noche del martes, la sección de cuerdas ofreció un impecable desempeño. En uno de los pasajes más frenéticos del segundo movimiento, las cuerdas de los cellos parecían sonar como cuchillos que rompían la tensión que el compositor nacido en Bohemia minutos antes había construido.

El tercer movimiento merece especial atención. Esta sección fue la primera que Mahler compuso para esta sinfonía. Muchos críticos han destacado que dicho movimiento resalta por el contraste que establece ante los que vienen antes y los que lo suceden. Este luminoso scherzo, que también contiene sus ratos oscuros fue tocado de manera ciertamente brillante. (En las anteriores ocasiones en las que he visto a Dudamel, he notado una especial destreza a la hora de dirigir pasajes bailables; en ese sentido recuerdo especialmente al tercer movimiento de la Sinfonía No. 6 de Tchaikovsky).

Otro de los triunfos de la interpretación de ayer fue el control que Dudamel ejerció sobre la dinámica de la orquesta, un aspecto que sólo dominan las grandes orquestas del mundo. El balance entre los niveles que logró la orquesta le administró claridad y fineza a lo largo de las disímiles partes de esta sinfonía, que precisamente exigen un versátil tratamiento para poder mostrar sus sofisticadas propiedades sonoras.

El adagietto, en mi opinión la pieza de música más hermosa que jamás haya sido escrito, destacó por su sensibilidad. La sección de cuerdas y el arpa fueron verdaderos hacedores de belleza.

Cuando un director conoce y domina en profundidad cierta obra y cuenta con el talento y la excelencia técnica de una orquesta, el resultado no puede ser otro sino el de un triunfo musical. Anoche, la intención de Gustav Mahler de comprimir luz y oscuridad en una sinfonía, logró materializarse en una velada que no sólo terminó siendo inolvidable para nuestros oídos, sino también para nuestros corazones.

Comentarios

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