In memoriam: Eugenio Montejo
La noticia me tomó por sorpresa, temprano, a las 7 de la mañana. La voz de Aymara Lorenzo, quien leía el titular de El Nacional, fue la encargada de transmitirme este triste acontecimiento: “Falleció el poeta venezolano Eugenio Montejo”.
Inmediatamente después de escuchar la noticia, recordé con nitidez el día en que tuve la fortuna de conocerlo. Fue en una mesa redonda, coordinada por mi gran maestro de Literatura Arturo Gutiérrez Plaza junto al grupo literario Lugar Común, en la Universidad Simón Bolívar. Allí, me atreví a recitar, frente a él, uno de mis poemas predilectos:
LA POESÍA
La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
-ni siquiera palabras.
Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Después abre su mano y nos entrega
una flor o un guijarro, algo secreto,
pero tan intenso que el corazón palpita
demasiado veloz. Y despertamos.
Al terminar de recitarlo, nos dijo:
“Eso es lo que hace la poesía: abrirnos los ojos.
Con ella, despertamos…”
También tuve el gran privilegio de participar en un taller de poesía que dictó en el Corp Group, en la semana de la poesía que en ese año se dedicó a él. Fueron dos mañanas mágicas en las que, con su enorme sabiduría y su inmensa humildad, compartió, con nosotros, su pasión por la poesía. Allí me le acerqué, volví a expresarle la profunda admiración que sentía por su poesía y él me firmó una copia de mi poemario favorito en todo su catálogo: Papiros amorosos (Fundación Bigott, 2003).
Esa misma semana ofreció un recital que quedará por siempre en mi memoria. Eugenio Montejo, rodeado de una tenue luz y en compañía de un arreglo floral y una copa de vino, nos brindó lo mejor de su arte. Al finalizar, la audiencia agradeció, con emocionantes aplausos, las sublimes caricias al alma que fueron para nosotros todos esos versos que declamó esa maravillosa noche.
Él concluyó el recital, diciéndonos:
“Una vez me preguntaron que cuál era, entre todas las palabras del castellano, mi palabra favorita. Mi palabra favorita es la que deseo expresarles a todos ustedes en este momento: ¡Gracias!”
Inmediatamente después de escuchar la noticia, recordé con nitidez el día en que tuve la fortuna de conocerlo. Fue en una mesa redonda, coordinada por mi gran maestro de Literatura Arturo Gutiérrez Plaza junto al grupo literario Lugar Común, en la Universidad Simón Bolívar. Allí, me atreví a recitar, frente a él, uno de mis poemas predilectos:
LA POESÍA
La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
-ni siquiera palabras.
Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Después abre su mano y nos entrega
una flor o un guijarro, algo secreto,
pero tan intenso que el corazón palpita
demasiado veloz. Y despertamos.
Al terminar de recitarlo, nos dijo:
“Eso es lo que hace la poesía: abrirnos los ojos.
Con ella, despertamos…”
También tuve el gran privilegio de participar en un taller de poesía que dictó en el Corp Group, en la semana de la poesía que en ese año se dedicó a él. Fueron dos mañanas mágicas en las que, con su enorme sabiduría y su inmensa humildad, compartió, con nosotros, su pasión por la poesía. Allí me le acerqué, volví a expresarle la profunda admiración que sentía por su poesía y él me firmó una copia de mi poemario favorito en todo su catálogo: Papiros amorosos (Fundación Bigott, 2003).
Esa misma semana ofreció un recital que quedará por siempre en mi memoria. Eugenio Montejo, rodeado de una tenue luz y en compañía de un arreglo floral y una copa de vino, nos brindó lo mejor de su arte. Al finalizar, la audiencia agradeció, con emocionantes aplausos, las sublimes caricias al alma que fueron para nosotros todos esos versos que declamó esa maravillosa noche.
Él concluyó el recital, diciéndonos:
“Una vez me preguntaron que cuál era, entre todas las palabras del castellano, mi palabra favorita. Mi palabra favorita es la que deseo expresarles a todos ustedes en este momento: ¡Gracias!”
¡Gracias por su poesía Maestro!
Comments
Saludos,
Deb.
el alfabeto es nuestro".
Blas Coll
Quedamos en la orfandad:
Nos dejó el Maestro Eugenio Montejo: Nuestro Eugenio Montejo se marchó como anduvo entre nosotros: silencioso, sin estruendos, sin aspavientos. Maestro insigne, predicó con su obra y vida. Estudioso y escultor de la palabra. Venezuela, América, el mundo sintió esta voz que dibujó un horizonte definitivo en la poesía venezolana y latinoamericana. Se nos va un árbol de los fundamentales: "Si vuelvo alguna vez/ será por el canto de los pájaros. No por los árboles que han de partir conmigo/ o irán después a visitarme en el otoño,/ ni por los ríos que bajo tierra/ siguen hablándonos por sus voces más nítidas./ Si al fin regreso corpóreo o incorpóreo, / levitando en mi mismo/ aunque ya nada logre oir desde la ausencia,/ sé que mi voz se hallará al lado de sus coros/ y volveré, si he de volver, por ellos;/ lo que fue vida en mí no cesará de celebrarse,/ habitaré el más inocente de sus cantos" Inscribió su huella en la literatura universal de una forma tranquila, serena. Nos deja una proposición que se paseó desde la poesía hasta la narrativa incluso. La crítica artística también era parte de su preocupación. Amén de la dedicación a la difusión de la poesía en los diferentes Talleres dictados por el poeta, recordamos entre otros su Taller azul. El país que amaba y le amó le rinde hoy tributo. El sentimiento de orfandad es natural para todos los que seguimos al escritor.Se van con él sus amigos inolvidables: Su inseparable Blas Coll, Sergio Sandoval, Tomás Linden, Eduardo Polo, Lino Cervantes entre muchos que quedaron boceteados. En su poemario Paritura de la Cigarra leíamos ya una despedida metafóricamente ubicando a la cigarra=poeta “Está alumbrando ahora desde una estrella, lejos,/ está dormida fuera de su música,/ soñando que podemos cantar lo que cantaba,/ ella y su verde silencio compacto,/ ella y el grito que inventa su quimera,/ lo que canta en nosotros desde su ceniza.” Versos sencillos y con la profundidad del que se sabe firme, pero de paso. Igual que en el poemario anterior Adiós al Siglo XX Veamos estos versos: "Cruzo la calle Marx, la calle Freud; ando por una orilla de este siglo, /despacio insomne, caviloso/espía ad honorem de algún reino gótico, / recogiendo vocales caídas,/pequeños guijarros/ tatuados de rumor infinito. La línea de Mondrian frente a mis ojos/ va cortando la noche en sombras rectas/ ahora que ya no cae más soledad/en las paredes de vidrio/ Cruzo la calle Mao, la calle Stalin; miro el instante donde muere un milenio/ y otro despunta su terrestre dominio/ Mi siglo vertical y lleno de teorías./ Mi siglo con sus guerras y posguerras/ y su tambor de Hitler allá lejos,/entre sangre y abismo/ Prosigo entre las piedras de los viejos suburbios/ por un trago, por un poco de jazz, / contemplando los dioses que duermen disueltos/en el serrín de los bares, /mientras descifro sus nombres al paso/ y sigo mi camino." Despedimos al poeta ayer en su Valencia querida y sentida, despedimos al poeta recordando sus versos del poema Caracas "Tan altos son sus edificios/ que ya no ve nada de mi infancia" Le ofrecimos nuestro adiós momentáneo hasta cuando nos corresponda hacernos compañía en la tertulia de los árboles. María del Rosario Chacón Ortega. Maracay, 07 de junio 2008
Montejo fue un artista de la calma. Cultivador de la paciencia. Muchas veces leí sus versos cuando me sentía un poco alterado, ansioso, inquieto. Y no exagero al decir que todas esas veces me sirvió de mucho leerlos. Sus versos son arrullos para el alma.
un gran abrazo