Nosotros los solitarios

Soledad,
aquí están mis credenciales,
vengo llamando a tu puerta,
desde hace un tiempo...
JORGE DREXLER

En estos días me encontré con una amiga de la universidad que no había visto en un par de años. Nos hicimos las preguntas de rutina y nos hicimos las respuestas de rutina también. Sin embargo, la última respuesta que le di pareció ¿inquietarla?, ¿desconcertarla? No sé cómo definir la mueca que se le dibujó en la cara cuando le contesté que no tenía novia.

Imagino que ella misma se dio cuenta que su reacción fue demasiado "espontánea", por no decir que fue particularmente chocante, porque enseguida cambió el tema y seguimos hablando de otras cosas hasta despedirnos. Su reacción me dejó, por decir lo menos, consternado, y mucho más de lo que hubiese querido aceptar en un principio...

¿Por qué me vio así? ¿Acaso los que estamos solos somos una vaina rara? ¿Desde cuando somos anormales los que no tenemos pareja? Si a ver vamos, ella misma, hasta hace no mucho, era uno de nosotros. Me provocó decirle que ella también había estado más sola que la una hasta que encontró a su actual pareja, pero no hice uso de un oportuno sarcasmo que me hubiera permitido defenderme con justa dignidad.

Quizá estaba con la guardia baja en ese momento, pero me sacó la piedra la cara que puso la pendeja esa. Además, también recordé que no es primera vez que alguien reaccionaba así cuando se enteraba que yo estaba solo. Una prima, en estos días, le comentó a mi hermana: ¿No te parece raro que Victor no tenga novia? Mi hermana, mucho más inteligente y ácida que yo, le respondió: "tú también andas sola, ¿o sea que tú también eres rara?, tú me dices entonces..." Hay que ver que la gente jode cuando tiene ganas de joder.

Me temo que todo esto me incomoda porque yo, en verdad, no quisiera estar solo. Yo me he tripeado mi soledad y tal, es verdad, pero tampoco me engaño y mucho menos puedo engañar a quien ahora me lee: me encantaría tener alguien al lado. Y, créanme, lo he intentado. Me he despojado de mi timidez, he sido yo mismo, he interpretado otros personajes, he llamado a chamas que me gustan y he salido con ellas. No obstante mis esfuerzos han resultado infructuosos.

Incluso he salido más por ahí, tratando de conocer gente nueva. Y he conocido a chamas muy bellas e interesantes; pero no pasa de ahí. Si es verdad eso de que allá afuera hay alguien para cada uno de nosotros, entonces el destino, la vida o Dios, cualquiera sea el caso, se ha encargado de demostrarme que, por los momentos, no me he encontrado aún a esa persona.

(Y que conste que no es que le esté otorgando esa tarea a una entidad superior o que esté fuera de mi alcance. Lo he intentado y no he conseguido nada. Eso es todo.)

Para más vaina, me vengo a encontrar a la señorita en cuestión quien, con la cara que puso, hizo que reafirmara mi deplorable estatus sentimental. Porque, insisto, no quiero estar solo. ¿Quién me puede ver a la cara y decirme con sinceridad que quiere estar solo?

Escribo esto, entre otras cosas, para desahogarme y drenar mi frustración, pero sobre todo lo hago para salir en defensa de nosotros los solitarios. Nosotros no somos unos bichos raros. No somos anormales. Somos simplemente personas que por alguna u otra razón nos encontramos solos, pero no porque queramos. Y punto.

Nosotros, los solitarios, no somos egoístas sentimentales. No tenemos miedo a comprometernos, aunque esa sea la fachada que queramos mostrarle a los demás. No somos orgullosos ermitaños. No somos seres autónomos emocionalmente, aunque pretendamos ofrecer esa imagen.

Nosotros, los solitarios, tenemos mucho amor para dar.