Esa llamada
Pareciera que todo dependiese de esa llamada. El teléfono, entonces, adquiere una relevancia nunca antes comprobada. Por lo menos hasta ahora, que es cuando pienso en todas esas cosas. En todo eso que llevó a esto.
Mis comentarios sobre literatura rusa y sobre cómo me parecía la más erótica de todas. La vez que te hablé de cómo se construyó la ciudad de Tel Aviv en medio de un desierto. Incluso aquella salida al Tolón en la que tuve que soportar a los carajitos esos endemoniados de tus primos. Y mis discusiones religiosas con tu madre, en la que defendía mi posición de que no es que no fuese católico, sino que me veía como un tipo muy espiritual, que simplemente no iba a misa los domingos.
Porque vamos a estar claros, inconscientemente saqué lo mejor de mí para estar contigo. Insisto, nunca dejé de ser sincero. Anhelé esto porque te quería, y porque te quiero. Y porque maldigo hoy esa echadera de vaina que teníamos y que no era tan de vaina, sino muy en serio, en la que decíamos que si algún día llegásemos a estar juntos, tú eras la que tenía la potestad de continuar la relación basándote en si habíamos tenido el momentazo del siglo o, por el contrario, el peor polvo de la vida. Es que recuerdo con obsesiva perfección cada una de las palabras (y su entonación) de cómo habías terminado esa conversación en forma de sentencia: “Yo te llamaría, en todo caso”.
Y el teléfono que sigue mudo. ¡Suena coño! Aunque sea para ilusionarme y salir corriendo y ver que mi mamá era la que estaba llamando. ¿Lo habré hecho bien? Porque hay que ver que me la paso aconsejando a mis amigotes en ese campo. A lo mejor ni se ha levantado. Es que a ella le encanta dormir los domingos. Entonces, ¿por qué carajo habremos hecho eso la noche de un sábado? Muestra inequívoca de la brutalidad de nosotros los hombres. O peor aún, de la brutalidad de un hombre que bajo las circunstancias que ya he explicado, ha logrado voltear en 180 grados la dinámica sexual entre un hombre y una mujer. Resulta que soy yo quien me parezco ahora a Carrie, la de Sex and the city, sentado en una cama con esta angustia que me carcome de este teléfono que no termina de sonar. ¿O será que ya sonó y no lo he escuchado? Porque ahora no recuerdo bien si lo puse volteado sobre el escritorio, porque si es así está tapada la cornetica esa que emite el timbre. Yo como que mejor voy y lo reviso, con la urgencia del caso, claro.
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